viernes, 22 de marzo de 2013

REFLEXIONES EN EL HOSPITAL DE NEOPLÁSICAS PARA UN VIA CRUCIS


Muchas veces se ha dicho, en sentido metafórico, que la enfermedad (sobretodo el cáncer) es un “Vía Crucis”.
Estas reflexiones las escribí entre los años 2010 y 2011 en que tuve que visitar a uno de mis familiares que se encontraba internado allí, y meses mas tarde cuando llevaba a mi madre para el tratamiento de un melanoma uvual. Mientras esperaba en el consultorios o caminaba por sus pasillos veía el “Vía Crucis”, el camino de la Cruz de tantos hermanos enfermos de cáncer, y recordaba el “Vía Crucis” de Jesús meditando en las estaciones
Estas reflexiones las han publicado mi amigo Fernando Eslava Mendoza en el “Blog del Topo” en la Semana Santa del 2011, y hoy lo comparto en mi blog, esperando les ayude a orar esta Semana Santa.

PRIMERA ESTACIÓN: JESÚS CONDENADO A MUERTE
Cuando se informa a un paciente que tiene cáncer, el primer pensamiento que surge en el corazón de una persona es la proximidad de la muerte. Tener cáncer es estar condenado a muerte, una muerte dolorosa y cruel.
Escuché decir al diácono Roberto Torres que el hombre, desde que nace, está condenado a muerte. Y, a pesar de que es lo único que sabemos con toda certeza que nos va a pasar, tratamos de evitarlo o retrasar su llegada.
Jesús es condenado a una muerte dolorosa y cruel. Muchos enfermos, condenados a una enfermedad dolorosa y cruel, elevan a Dios una plegaria “Aparte de mi este cáliz”. Pero si es un hombre de fe, que sabe que Dios dispone de todo para el bien de sus hijos también podrá decir “no se haga mi voluntad sino la tuya”.

SEGUNDA ESTACIÓN: JESÚS RECIBE LA CRUZ
Una vez aceptada la situación el enfermo carga con la Cruz. No puede escaparse de ella. Solo queda llevarla y seguir hasta el final. La enfermedad será la Cruz que lo llevará al encuentro con Dios.
Cargar con la Cruz no es fácil: los valientes y los cobardes le temen. No es un peso que se lleve con agrado. Una enfermedad no es cruz que nos atraiga, más bien nos aterra, nos desmoraliza. Pero quien quiere seguir a Jesús, al Maestro, ha de cargar con su Cruz y seguir tras sus pasos, aunque el miedo y el dolor le hagan flaquear por momentos.

TERCERA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Quizás la primera caída que experimente un enfermo de cáncer es la caída de su fe: “¿Dios mío, por qué?”, “Eso no me puede pasar a mi”, “¿Qué pecado estoy pagando?”. Y junto con él todos los que lo conocen sienten lo mismo: “¿Por qué a él, si es bueno?”, “¿Por qué Dios permite eso a los buenos, ya los malos no les pasa nada?”. La fe en Dios, que es un Padre que nos ama, tambalea, se cuestiona…
A veces no pensamos que Jesús era el hombre que pasó por mundo haciendo el bien, que era mas bueno que nadie, que no hizo mal a nadie. ¡Qué es Dios! Y sin embargo, el que no cometió pecado ni hizo mal a nadie tuvo sufrir la muerte en la cruz y en su camino, aunque no lo dicen los Evangelios, es probable que haya caído bajo el peso de la Cruz.
Por eso, cuando caigas, no tengas miedo, Jesús conoce tu debilidad, tus dudas, tus miedos… Y ante tu caída te levantará.

CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
La enfermedad es la Calle de la Amargura. Y en esa Calle encontramos a muchas madres saliendo al encuentro de sus hijos que avanzan llevando su Cruz.
La Cruz del Hijo es la Cruz  de la Madre. La mujer que da la vida no puede evitar que la muerte se lleve al fruto de sus entrañas. Hace lo que puede para evitarlo, o al menos para que la Cruz sea menos pesada, menos dolorosa. A veces ni siquiera sabe que hacer. Pero su presencia, su compañía en esas circunstancias es un gran alivio para el hijo que se siente acompañado.
María: acompaña a tus hijos en su Vía Crucis. Consuela a aquellos que se sienten solos, a tantos enfermos que con lágrimas de niño reclaman el cariño de su madre.
Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.

QUINTA ESTACIÓN: SIMÓN CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
Cuando uno camina por el Hospital de Neoplásicas puede ver a tantos “Cirineos” que ayudan a los enfermos a llevar la Cruz: voluntarias que recorren los pasadizos, orientando a los pacientes, señoras que ensañan a los pacientes a hacer manualidades, personas que van llevando alegría a los enfermos…
Son Cirineos que no pueden evitar que un enfermo lleve su Cruz, pero si pueden hacer que sea menos pesada, más llevadera; con sus muestras de solidaridad pueden hacer que un enfermo olvide por un momento su dolor, o pueda incluso sonreír.
Dios bendiga a los Cirineos que ayudan con la Cruz ajena: no creo que sea fácil distraer a un paciente de hospital, ni lograr que se olvide siquiera un momento de su Cruz. Quizás muchas veces sentirán el rechazo… Pero Jesús, el que llevó la Cruz primero, sabrá recompensar tanta generosidad.

SEXTA ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Una de las labores más difíciles es la atención de los enfermos. Médicos, enfermeros, técnicos, personal de limpieza del hospital.
Como Jesús, el paciente de cáncer está destrozado por la enfermedad; muchas veces los vemos “sin aspecto humano”, “como hombre de dolores”. Incluso nos puede causar repugnancia al verlos.
La Verónica limpia el rostro ensangrentado de Jesús, los enfermeros atienden a los pacientes que, como Jesús, van camino de su propio Calvario. ¿Han visto como el personal de un hospital tiene que hacer el papel de la Verónica al atender a los pacientes en sus momentos más críticos? ¿Han visto a los enfermeros aseando o dando de comer a un paciente que está en su momento más crítico y que incluso puede reaccionar mal?
Quizás dirás “ese es su trabajo”, “ya han perdido la sensibilidad”. Pero si ese servicio, por más trabajo que sea, o más “costumbre” que tenga, se hace con amor, imprimirá en el corazón del profesional de la salud el rostro de Cristo. “Lo que hiciste con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste”.

SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
La enfermedad del cáncer está llena de momentos críticos: el paciente, que va llevando la Cruz de su enfermedad, cae bajo el peso de la misma: “se ha puesto mal… urgente hay que llevarlo de emergencia al hospital que se nos muere…” Parece  que el fin está muy cerca y el susto y la desesperación nos embargan. Pero, la muerte no ha llegado: los médicos le salvan la vida, lo estabilizan, lo medican y… vuelve a casa, el susto ya pasó.
¡Qué cerca estuvo de la muerte! ¡Qué miedo el que embarga al enfermo y a su familia! Pero se levantó de la caída y continúa su camino al Calvario.
No nos dice el Evangelio cuantas veces cayó Jesús bajo el peso de la Cruz. Tampoco sabemos cuantas veces caerá el enfermo bajo el peso de su Cruz. Pero sabemos que, como Jesús, debe continuar su camino, quizás con mayor resignación o con más miedo que antes. Pero en nuestras manos está que está cruz sea la Cruz de Cristo, que lleva a la muerte y a la Resurrección.

OCTAVA ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
“No lloren por mi”, “tranquilos, esto pasará”.
¿Han oído a un enfermo atormentado por el dolor consolar a sus familiares y amigos? ¿Han visto a un enfermo fortalecer la fe de quienes lo visitan, al punto de que la familia salga reconfortada en medio del dolor?
Es impresionante ver a un enfermo llevar la Cruz en paz y, a veces, con alegría. Una paz y alegría que no vienen de la resignación del derrotado, del que dice “que se va a hacer”; sino del que está lleno de Dios y sabe ser valiente aun en medio de la cobardía.
Un enfermo que consuela a quienes sufren por él, es la imagen de Jesús que consuela a las mujeres de Jerusalén. Es también la imagen de la fe y esperanza, del hombre que cree que Dios no le abandona y que, aunque a veces se quede callado, sabe que la enfermedad y la muerte no son la “última palabra de Dios”.

NOVENA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
La última caída es el preludio de la muerte. El enfermo que, poco a poco ha ido cediendo al peso de la Cruz llega a la última caída, al último momento.
“Ya no hay nada que hacer, solo queda esperar”. Es el aviso de que el fin está cerca, de que todo esfuerzo de la ciencia ya es inútil. Y, cuando la ciencia llega a su límite, entonces solo queda ponerse en las manos de Dios.
“Lo que Dios quiera, hasta cuando Dios quiera”, decía un sacerdote de la Compañía de Jesús muy poco antes de su muerte a causa de un cáncer.
¡Padre, me pongo en tus manos!
¡Padre, hágase tu voluntad!

DÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Una persona desnuda es, en cierto sentido, una persona indefensa, una persona que está expuesta a todo tipo de observaciones, comentarios, humillaciones. La desnudez nos impide escondernos al amparo de las apariencias: ropa, vestidos, belleza, dignidades, puestos sociales…
Un enfermo en fase terminal ha quedado desnudo: ya no tiene buenos vestidos que lo hagan presentarse impresionante ante los demás, sus dignidades y puestos se han perdido en el camino y de nada le sirven. Incluso su belleza o su fuerza y apariencia física ya no existen, todo a ha sido destrozado por el peso de la Cruz. Ha perdido todo su ropaje, ha quedado desnudo, indefenso, humillado… Y expuesto al comentario de los demás “pero si este era fuerte”, “si era tan bella”, “ni su dinero, ni sus dignidades lo han podido salvar de la enfermedad”…
Ante esa desnudez humillante, dolorosa, solo nos queda ser humildes ante Dios. Reconocer nuestra humanidad pecadora, que sin él nada somos; que nada nos llevamos a la muerte. Y reconocer que, la única dignidad, la única ropa, la única fuerza y belleza que nadie, ni siquiera la enfermedad, nos podrá quitar, es la de ser Hijos de Dios por el Bautismo.

UNDÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Ha llegado la hora de la agonía, la última parte de este camino de la Cruz: el enfermo agoniza y lucha por aferrarse a la vida, sabe que ha llegado el momento que le esperaba desde hace tiempo.
Es la hora de la verdad: la hora de perdonar y pedir perdón, de despedirse de quienes le rodean, la hora de la soledad, la hora en que se reclaman a los seres queridos, la hora del tormento del hambre y la sed, la hora de reconocer que ya concluye el camino, la hora de ponerse en las manos de Dios para dejar este mundo…
Jesús sabe lo que es el dolor y el sufrimiento de la Cruz. En ella llevó el pecado y el dolor de toda la humanidad. También el dolor de enfermo que agoniza. En su Cruz Jesús sintió lo que siente el hombre que agoniza. En su Cruz Jesús se hace solidario con todos.
Jesús murió por todos. Y si nosotros morimos con Cristo, viviremos con Él.

DUODÉCIMA ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
La Iglesia, ante la muerte de Jesús, se arrodilla y calla. Ante la muerte del hombre solo nos queda el silencio reverente.
Ante la muerte hagamos silencio, porque ha llegado la hora en que el enfermo contempla cara a Dios.

DÉCIMO TERCERA ESTACIÓN: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
Después de la muerte del enfermo hay poco tiempo para llorar: documentos, pagos, avisos a la familia, dinero, búsqueda de funerarias, trámites... No hay tiempo para sentimentalismos. Hay que actuar rápido porque hay que preparar el funeral.
Con Jesús pasó algo parecido: muere en la tarde del Viernes santo y hay que enterrarlo a toda prisa, porque al ponerse el sol comienza el Sábado y no hay tiempo para sentimentalismos.
Aunque esté sin vida, respetamos el cuerpo del enfermo ya difunto, lo vestimos para que esté presentable a la familia que quiera despedirse de él.
El funeral es una experiencia dolorosa. Jesús no tenía tumba: se la prestaron. Necesitamos, como María y los amigos de Jesús, la solidaridad de nuestros familiares y amigos, la presencia de tanta gente que nos diga que no estamos solos en un momento tan difícil.
Y en esa solidaridad Dios se hace presente.

DÉCIMO CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
El último momento es la sepultura, el último adiós. Ha llegado el momento de la separación. Se deja que el cuerpo de nuestro hermano, ya descanse en paz.
Recuerdo mucho una lápida que vi en una tumba en el cementerio del Callao, en ella estaba escrito: “Aquí, espera el Día del Señor, la señora…” (no recuerdo el nombre).
Quizás nos haga falta recordar que la sepultura es dejar el cuerpo de nuestro hermano en la espera del “Día del Señor”, del día en que Cristo nos haga salir de nuestros sepulcros para la vida que va a durar para siempre.

EPILOGO: RESURRECCIÓN
Nuestro hermano que estuvo enfermo y ya está en la presencia de Dios, ya no sufre mas. Solo la fe y la esperanza en Cristo resucitado nos fortalece. Sabemos que Dios le ha acogido y le ha dado su abrazo de Padre. Sabemos que Cristo ya ha vencido a la muerte y que un día nosotros también venceremos a la muerte y participaremos de su Resurrección.
Y allí ya no habrá llanto ni dolor.
Allí compartiremos la vida y la gloria de Jesucristo, a quien sea dada la gloria y el poder ahora y por toda la eternidad.
Amén.

martes, 19 de marzo de 2013

AL DIA SIGUIENTE

Ha terminado el proceso de consulta popular sobre si debía o no revocarse a la Alcaldesa de Lima y a su cuerpo de regidores. No voy a hacer ningún análisis político sobre el tema, que mas de uno ya lo está haciendo con mejores criterios que yo.
En lo que quiero reflexionar, desde la fe, es en la forma como hemos vivido este proceso, porque me da la impresión que muchos de nosotros, que nos decimos creyentes, hemos dado un grave anti testimonio de nuestra fe.
Yo se que cada quien es libre de creer en la opción política que desee, y defenderla con todos los argumentos que tenga a la mano. Pero, cuando ya se comienza a recurrir a la mentira, a las generalizaciones, a la "piconería", al argumento barato, a atacar al contrincante hasta por lo más insignificante... ¡todo por defender nuestras convicciones!; es allí cuando me pregunto ¿no podemos analizar con objetividad? ¿no nos da miedo hacer juicios temerarios acerca de nuestro prójimo? ¿aprobará Dios y nos aplaudirá por todo lo que hemos dicho en esa campaña de revocatoria? 
Me apena ver la manipulación de las conciencias que se han hecho acerca del tema de la revocatoria, en especial cuando oia a un Pastor Evangélico a través de la televisión dirigiendo el voto de sus fieles, amenazándoles casi con castigos divinos si es que no votaban como el les decía. Me da pena que muchos católicos tengan que recurrir a todas estas bajezas contra el prójimo, prójimo al que se supone que debemos amar, ¡que son nuestros hermanos!
No es fácil ser cristiano cuando los fanatismo y pasiones políticas, deportivas y hasta religiosas nos enceguecen. Si hay que confrontar ideas que sea eso, confrontar ideas, con respeto, sin mentiras ni calumnias. ¡Que bien vale recordar lo que decía el Papa Juan XXIII "hay que distinguir el error de la persona que lo profesa" (Cf. Pacem in terris Nº 158). Por ello es bueno pedir al Espíritu Santo que nos de la sabiduría para ser tolerantes con nuestro prójimo, para ser humildes y aceptar con cariño y respeto las discrepancias, y que nos de la humildad para reconocer que nos estamos equivocando, o que no actuamos como cristianos, en lugar de buscar justificaciones que son solo una expresión de nuestra soberbia.
Gracias a Dios ya pasó la revocatoria. Ahora podré abrazar a todos mis amigos, en especial a los que discrepan conmigo. Ojalá aprendamos a ser hermanos y no rivales. ¿No es este el sueño de Jesús?