lunes, 23 de enero de 2017

IN MEMORIAM, P. JOSÉ FRANCISCO NAVARRO, S.J.

No es fácil escribir para recordarte. ¿Por dónde comenzar? Además eras muy exigente, te gustaban las cosas bien hechas. Pero como sabes como soy, y que a veces suelo ser un poco enredado para hablar, escribiré como buenamente pueda, aunque desde el cielo me mandarás un "cocacho" para que me exprese con mas propiedad.
Todos los que te recuerdan hablan de tu pasión por la pintura y la literatura. Pero tú me enseñaste a apreciar la música abriendo los oidos y el corazón a diversas expresiones musicales. Aún recuerdo el cocacho que me cayó cuando me hiciste escuchar música de órgano que yo no entendía y te dije que me parecía que un gato pisaba las teclas del órgano. Me animaste muchas veces a ensayar y tocar a los clásicos: "Hoy no cantes, toca a Bach ¡y que no sea lo mismo de ayer!"; a aprender los cantos de Taizé; a apreciar los villancicos cuzqueños y contigo escuché por primera vez la música del barroco andino (se me viene a la mente "A este sol peregrino", las Chiquitanías de Bolivia y la música de Zipolli). Con tu sobrino Jonathan, que toca el violín, acompañamos musicalmente tus misas dominicales: interpretamos con cariño el Canon de Pachelbel, algunas piezas de Mozart y Bach; y, literalmente, "destrocé" el "Lacrimosa" del Requiem de Mozart, que ha sido una de las peores interpretaciones que tuve. Con todo me tuviste paciencia, y me dijiste que yo tenía todo para ser músico y místico, al punto que, cuando faltaba poco para que la Compañía deje Desamparados, toque un Preludio de Bach (el mismo que hoy he tocado antes de escribir este artículo) y te dije: "Esta música es mi oración por la Compañía", y me dijiste: "Si, ya lo había notado", y es que te diste cuenta que había tocado con el alma.
Amabas la liturgia. Si, aunque muchos piensen que los jesuitas no le dan importancia. Yo no sabía lo que era una "Misa rorate" (que recién vine a conocer y acolitar en la Soledad el año 2012) y tuvimos una Misa a la luz de las velas el Tercer Domingo de Adviento, no recuerdo si el año 2003 o 2004, el simbolismo de la oscuridad y de la luz mientras esperamos la llegada del Mesías que nos hacía cantar "en nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor". Aunque parezca increíble cantamos un "Kyrie" que ensayamos con los fieles antes de la Misa y que a alguno de tus hermanos jesuitas le pareció extraño. Contigo aprendí a ser maestro de ceremonias, mucho antes que llegara el clero diocesano a Desamparados; empleábamos el incienso en ocasiones solemnes; preparamos con mucha elegancia el funeral del P. Marzal y el funeral de tu papá salió con la mayor solemnidad posible. Sabías apreciar la liturgia (y eso que fuiste formado en la década de los ochenta, en plena efervescencia de la Teología de la Liberación), y la celebrabas con cariño.
A los 44 años fuiste Superior de Desamparados. Aun recuerdo que un sábado de Agosto del 2004, me llamaste y me dijiste: "Tú que eres abogado, prepara el proyecto para la remodelación de Desamparados". Y con ayuda de algunos materiales, preparamos el proyecto para pedir financiamiento para la pintura e iluminación del templo y el altar mayor, que lució toda su belleza y esplendor en la Misa de Nochebuena del 2004. Recuerdo cuando desde la puerta del templo me invitabas a mirar e imaginar como se vería Desamparados con tal o cual color, con tal o cual arreglo; soñabas con un altar de piedra tal como pide el Misal Romano, lo que hizo el P. Enrique Rodríguez, S.J. antes de irse, al reemplazar el altar de madera por uno de mármol. Lo más difícil para ti fue ser el Superior que cerrara la Comunidad Jesuita de Desamparados y la entregara al Arzobispado de Lima: he compartido tu dolor por ello, la valentía con que hablaste a los fieles explicándoles que los jesuitas dejaban la parroquia porque así lo habían decidido sus superiores por falta de personal (que se ha agudizado mas aún) y no por imposición o mandato del Arzobispo de Lima. Aquella Misa de despedida fue apoteósica: nunca, ni en Navidad ni en Semana Santa estuvo el templo tan lleno de fieles; y los aplausos de agradecimiento no cesaron en mucho rato. Muchos lloramos por ello, y aunque nos ha costado, sabemos (y eso meditaba esta mañana) que Dios dispone de todo para bien de los que le aman.
Por mi parte tengo mucho que agradecerte: aunque no fuiste mi Director Espiritual, me acompañaste en mi caminar en Desamparados: sabías de mis inquietudes vocacionales y me dijiste que me lo tomara en serio. Tenías un "ojo biónico" para descubrir cuando actuábamos por miedo o buscando el prestigio; para desenmascarar al mal espíritu que se metía incluso en las cosas mas buenas y santas para engañarnos; nos decías la verdad, muchas veces de manera muy fuerte. Tu creíste en mi vocación (alguna vez me dijiste que yo podría ir muy bien de Trapense), aunque me decías que me faltaban madurar muchas cosas, y por ello es que fuiste, como nadie, muy exigente conmigo. Y hoy, después de varios años, de haber sido golpeado muchas veces, veo que tenías razón (aunque exageraste un poco). 
Ya me debo alistar para ir a trabajar. Recuerdo que, cuando nos despedíamos, me decías "Que de Dios goces y en paz descanses"; y mi respuesta era: "Claro padre, eso quiero: gozar de Dios y descansar esta noche en los brazos de Dios, lo cual no significa morirme". Ahora que caigo en la cuenta, aquella despedida no era una alusión a la muerte, sino una evocación del Salmo 26: "Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida", y del Salmo 22: "El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar".
Y termino recordando una Misa que celebraste por un señor que bailaba música negra: allí dijiste que con sus danzas daba gloria a Dios. Y yo digo, como todos, que con tu arte has dado gloria a Dios, y ahora lo gozarás "en la vida con el Padre para siempre", como decía el P. Roberto Beckman, S.J., a quien habras dado un fuerte abrazo al llegar a la Casa del Padre.
Gracias P. Navarro por tanto bien recibido.