miércoles, 1 de agosto de 2018

CONFESIONES DE UN 16 DE JULIO

Llevo años queriendo escribir este artículo, pero por diversos motivos no he podido hacerlo, así que esta vez he querido hacerlo antes que el tiempo nos aleje más del mes de Julio.
Corría el año de 1990, era mi primer ciclo en la Facultad de Derecho de mi querida Pontificia Universidad Católica del Perú, pro fin llegaron los cursos propios de la carrera (antes solo estábamos en los Estudios Generales de Letras); había que comenzar a pensar como Abogado, y cada curso se convertía en un pre-requisito para uno o mas cursos de los ciclos posteriores.
Uno de esos cursos era Derecho Civil 1, que nos dictó la Dra. María del Carmen Delgado, los Lunes y Miércoles de 6.30 a 8.00 p.m. La Dra. Delgado hacía su clase de un modo muy simpático, pero en la primera mitad del semestre tuvo que hacer un viaje siendo reemplazada por el Dr. Rolando Eyzaguirre (a quien pusimos de chapa "choclo crudo" por su tez blanca, y cuyas clases eran mas bien antipáticas), quien a su vez fue reemplazado por otra profesora, quien a su vez fue remplazada por el Dr. Juan Rivadeneyra, acabándose la cadena de reemplazos con el examen parcial.
Llegó el examen parcial y tuvo dos partes: una desarrollada y una "prueba objetiva", con los clásicos "puntos en contra" por cada respuesta equivocada (las pruebas objetivas se convirtieron en mis pesadillas en la Universidad). El resultado del examen fue un auténtico desastre (a la profesora "se le caía la cara de vergüenza" ante sus colegas que la reemplazaron, pues ella les dijo que eramos un grupo muy estudioso); y a nosotros no se nos ocurrió mejor idea que echarle la culpa a "Choclo crudo" diciendo que no le entendíamos bien (argumento que repetimos un año y medio después con la Profesora Graciela Marín del curso de Contabilidad, que jaló a un gran número del salón y cuya historia la contó muy bien mi amigo Luis Alberto Huerta Guerrero en un artículo publicado en el "Gocicón" titulado "Crónica de una bica anunciada").
La nota que saqué en el parcial no merece comentarse, pero debía rajarme duro si quería aprobar el curso y llevar el siguiente semestre Acto Jurídico, Derechos Reales, Personas Jurídicas y Responsabilidad Civil. Y eso fue lo que hice, estudiar lo mas que puede.
El examen final fue el Lunes 16 de Julio a las 6.30 p.m. y, como era de esperarse tuvo dos partes: una desarrollada y otra objetiva. No podía darme el lujo de equivocarme, corría el riesgo de atrasarme en cuatro cursos; así que a encomendarse a todos los santos, y que "Dios nos ayude" (como dijo Juan Carlos Hurtado Miller, casi un mes después cuando nos cayó un "paquetazo económico" los precios de los alimentos se "sinceraron").
Pues bien, di el examen, lo entregué a la profesora, y a la salida la gente comentaba lo que había respondido; y de lo que escuchaba me di cuenta que había confundido nulidad con anulabilidad del acto jurídico, y que de esas dos palabritas dependían mi aprobación en Civil 1, o una bica en el semestre siguiente (y cuatro cursos menos)... Viví momentos de tensión, de pavor y terror ¿Y ahora?. 
No se si fue el Espíritu Santo o algún espíritu chocarrero, que me hizo recordar que no había puesto nombre a mi examen, así que me armé de valor, regresé al salón, busqué a la profesora (el examen había terminado y ella conversaba con mis compañeros y le dije "Doctora, no he puesto nombre a mi examen"; ella muy confiadamente me lo dio... Y no solo puse el nombre, sino que también corregí los errores que había cometido; devolví el examen y salí de la Universidad lo más rápido que pude, con la conciencia mas sucia que un trapeador de baño público.
Me fui a mi casa caminando (no vivía muy lejos: llegaba de mi casa a la Universidad en 15 minutos en micro), pase por un parque y vi una procesión de la Virgen del Carmen, me sentía indigno de pedir ayuda a la Virgen... Días después me fui a confesar, entre otras cosas, del examen de Civil 1.
Pasaron los días y entregaron las notas y... ¡aprobé Civil 1! Ya se imaginarán la sensación de alivio y de paz que sentí, me olvidé de los sentimientos de culpa, y fui a matricularme para el siguiente semestre, del cual tengo muy buenos recuerdos.
Prometí portarme bien, no hacer mas trampa en los exámenes, lo cual me costó caro en el siguiente semestre: era el examen final de Derecho Constitucional General y la prueba era objetiva (para variar). Tenía duda en una pregunta y tranquilamente vi la respuesta de uno de mis compañeros, pero pensé. "Dentro de pocos días será Navidad, soy un niño bueno, ¿cómo voy a celebrar el Nacimiento de Jesús después de copiarme en el examen?" así que decidí no responder esa pregunta. Acabada la prueba, en los clásicos comentarios después del examen escuché que por cada pregunta mal respondida y por cada pregunta no respondida habían puntos en contra ¡y eso no lo había leído al comienzo del examen!
¿Resultados? Mejor no los comento, pero igualito me malograron la Navidad en ese aspecto.
¿Conclusión? A la hora de salvar un curso, mas vale decir aquí copió que aquí jaló.
Y ¡Abajo las pruebas objetivas!