lunes, 20 de junio de 2011

RECUERDOS DE MI NIÑEZ: LOS TAMALES DE LA ABUELITA

Tenía pensado escribir un artículo con motivo de mi cumpleaños número cuarenta y dos que celebré ayer (iba a hablarles de los dibujos animados "Los Picapiedra" y "Don Gato y su pandilla"). Sin embargo un hecho sucedido en la noche hizo que cambie de tema: al volver a casa (después de acolitar la Misa de 6 p.m. en la iglesia de San Pedro) mi mamá me sirvió dos tamales; sin embargo me llevé la decepción del día cuando me di cuenta que esos tamales no eran del estilo de los que estoy acostumbrado a comer (y que me gustan mucho), sino que seguían otra receta (que no es de mi devoción), por lo que tuve que comerlos por compromiso.
Los tamales (para quienes me leen sin conocer la cultura de estas tierras) son una comida de origen indígena (quizás de Méjico, ya que el origen del nombre proviene de la lengua Náhualt, donde "tamalli" significa "envuelto") preparado a base de una masa hecha de maíz, con o sin relleno, envueltos en hojas de maíz o plátano y cocidos en agua caliente. Para aquellos que deseen conocer mas sobre el tamal, les invito a leer http://es.wikipedia.org/wiki/Tamal#En_el_Per.C3.BA que es de donde he sacado algo de la información.
Pues bien, yendo ya al tema de esta entrada, le contaré que mi familia materna (Guillén Zavaleta) viene de Pataz, provincia ubicada al este del departamento de La Libertad. La gente del norte del Perú es alegre y hospitalaria, y mi abuelita materna, doña Rosario Zavaleta, se distinguía por eso, además de tener muy buenos valores cristianos que inculcó no solo a sus hijos y nietos sino también a sus alumnos, ya que fue la Maestra del pueblo. Era una mujer muy de Dios (me atrevo a decir que era una santa), dueña de una sabiduría muy propia de la gente sencilla que encontramos a lo largo de nuestra vida.
Dije que mi abuelita era muy hospitalaria. Pues bien de eso hay una anécdota: corría el año 1969, estaba de poco tiempo de nacido, y mi mamá recibía telegramas de una de sus hermanas que estaba en Pataz, avisándole que mi abuelita estaba muy mal de salud y que su vida estaba en peligro. Tengan presente que en esa época las comunicaciones no eran tan fluidas como hoy: tener teléfono no era muy común, nada de internet y el viaje a Pataz por tierra demoraba varios días (en eso no ha cambiado mucho). Mi mamá, asustada, recurrió a uno de sus hermanos miembro de las Fuerzas Armadas (que en ese entonces gobernaban al Perú bajo el mando del General Juan Velazco Alvarado). Mi tio, después de hacer las gestiones del caso con sus superiores logró hacer que envíen un helicóptero hasta Pataz, lo cual constituyó todo un acontecimiento, ya que nunca habían visto una nave aérea por allí. Pues bien, llegaron a recoger a doña Rosario Zavaleta que, se suponía, estaba muy grave (por no decir agonizante), pero como habían pasado varios días, ya mi abuelita había mejorado y salió a recibir a los miembros de las Fuerzas Armadas y, como no podía ser de otro modo, les invitó a comer. Claro, igualito la trajeron a Lima donde fue atendida en el Hospital Militar, haciendo pasar apuros a mi tio, quien tuvo que dar las explicaciones del caso a sus superiores.
Cuando allá por el año de 197... (no recuerdo el año) mis abuelos maternos vinieron a residir en Lima, era un ritual sabatino la visita a la casa de los abuelos, primero a Zárate, y después a "Las Palmeras" (urbanización situada en el distrito de Los Olivos). Y mi abuelita nos atendía muy bien: café pasado (nada de "nescafé"), tortillas, panes... A pesar que en ocasiones la salud le jugaba una mala pasada siempre preparaba algo de comer para invitar a quienes le visitaban; es mas, cuando habían reuniones familiares ella repartía comida a sus invitados para que lleven a sus casas. Uno le podía pedir cualquier cosa de las que ella preparaba y nos lo daba sin reparos. Eso si, había una prohibición expresa de parte de mi mamá de que nunca le pidamos ni un centavo a los abuelos (y tampoco ella se los permitía a sus padres). La razón: que no seamos interesados.
De lo que ella cocinaba lo que mas recuerdo son los tamales, y tenía su estilo: la masa del maiz la rellenaba con carne de cerdo o de pollo, condimentada con ají panca, y acompañada de un trozo de huevo duro, una aceituna y una tira de ají, todo envuelto en hojas de choclo y cocidos en agua hirviendo. Tenían muy buen sabor, y me gustaban mucho. Como ya les dije, no podía pedirle plata a la abuelita, pero nadie hablo de comidas, así que en una ocasión, cuando tenía casi 10 años, se nos fue la mano y me llegue a comer nueve. Por supuesto acabé con un pequeño problema estomacal que nos dio un dolor de cabeza (sobretodo a mi mamá quien hasta hoy no se explica como pude comer tanto). Gracias a Dios no fue nada del otro mundo, ni me ocasionó un disgusto con el tamal (cosa que si ha pasado con otras comidas que me han hecho daño, entre ellas la leche y los budines).
Mi abuelita Rosario falleció el Miércoles Santo de 1980. Su deseo era morir en un día santo y eso lo recordaron cuando en el funeral, mientras entraban al cementerio "El Ángel", las campanas de las iglesias cercanas llamaban para la Misa del Jueves Santo. Con su muerte se acabó ese toque maternal y hospitalario que había en su casa (aunque mi mamá y mis tías lo mantenían cada vez íbamos a ver al abuelito). Después de su muerte ya no he vuelto a comer unos tamales tan buenos como esos, aunque los que hace una de mis tías y una de mis primas se le parece mucho.
Un año después de la muerte de mi abuelita Rosario se disponían a celebrar la Misa de honras. Terminada la Misa, según la costumbre, invitaban a la casa a comer y prepararon tamales como los hacía ella. Pocas horas antes de la Misa mi mamá y mis tías se dieron con la ingrata sorpresa que los tamales se habían avinagrado y no estaban aptos para el consumo humano. Rápidamente prepararon otra cosa, pero dejaron los tamales en el refrigerador para botarlos después.
Ya casi al finalizar la reunión familiar, mi tia Aydee, prima de mi mamá, entró a la cocina y encontró los tamales en el refrigerador. Al verlos preguntó: "¿Y estos tamales?". Mi mamá y sus hermanas le dijeron: "Están avinagrados, hay que botarlos". Mi tía Aydee cogió uno de ellos lo probó y dijo: "No están avinagrados, están buenísimos. ¡Qué tacañas son ustedes que esconden estos tamales! La tia Rosario siempre nos daba". Y no les quedó otra que repartir a los asistentes los tamales que tenían allí para que los lleven a sus casas, como en vida lo hacía mi abuelita. Relata réfero (Cuento como me contaron, y así pasó en realidad).
Aun en el cielo, mi abuelita Rosario siguió siendo hospitalaria y atenta con los que la visitaban.