Este artículo lo escribí a los pocos días de la partida del Papa Juan Pablo II a la Casa del Padre, y fue publicado en el Boletín Parroquial de Desamparados en Abril del 2005. Hoy, que se nos ha anunciado su próxima canonización, lo comparto con ustedes.
Cuando murieron Pablo VI y Juan Pablo I yo tenía 9 años. No me acuerdo
haberlos visto celebrando Misa por televisión, o hablando a la gente. Sólo
recuerdo haber oído sus nombres en las noticias y unas cuantas fotos en algún
libro o periódico.
Cuando Juan Pablo II fue elegido Papa llamó la atención tener a un
polaco en el trono de San Pedro (después de 400 años de Papas italianos).
Durante su Pontificado comencé a sentirme Iglesia: hice la Primera Comunión,
empecé a asistir a Misa los Domingos (y escuchaba el nombre del Papa en la
Plegaria Eucarística), lo veía en los noticieros, comencé a participar en la
Parroquia. Y, como ustedes, lo he visto visitando países, saludando a la gente,
a los jefes de estado, a los enfermos (incluso a los de SIDA cuando se
consideraba “peligroso” acercarse a uno de ellos), a los niños y ancianos;
incluso, en medio de su enfermedad y a pesar del desgaste físico, saludando a
los jóvenes y elevando los brazos con ellos. Juan Pablo II nos ha sorprendido
de muchas maneras: pidió perdón por los pecados de la Iglesia, se ha reunido
con líderes políticos como Fidel Castro y Jimmy Carter, se ha acercado a las
demás religiones. Ha sido fiel al Evangelio, sobretodo para defender la Vida
del ser humano hablando contra el aborto, la eutanasia, la explotación de los
niños y el terrorismo. Ha sido fiel en su ministerio hasta el final.
Cuando Juan Pablo vino al Perú yo estuve entre las miles de personas
que salió a recibirle el 01 de Febrero de 1985, y entre el millón de jóvenes
que pasamos un día extenuante en el Hipódromo de Monterrico, haciendo colas
interminables y alimentándonos con algunos panes y agua de caño, en un día
sumamente caluroso (2 de Febrero). Recuerdo que, después que nos expuso las
Bienaventuranzas y de exhortarnos en la construcción de un Perú mas justo, un
grupo de jóvenes salio a bailar y el Papa nos decía que los jóvenes del Perú
sabemos cantar y bailar. También estuve en el Congreso Eucarístico aquel 15 de
Mayo de 1988 en Plaza San Miguel, cuando madrugamos para asistir a aquella
Misa. Muchos dijeron después que fueron por “novelería” o por curiosidad; pero,
cuando Juan Pablo agonizaba, todos (incluidos curiosos y “noveleros”) estábamos
preocupados por él, y ésa circunstancia me hizo recordar el pasaje de Hechos de
los Apóstoles cuando Pedro estaba en la cárcel por orden de Herodes y la
Iglesia oraba por él (Hechos 12, 1-11).
Hoy Juan Pablo ya descansa en el Señor. Para mi ha sido impresionante
ver que, después de que tocáramos las campanas anunciando su partida, habían
personas que entraban al templo para orar, el Domingo 3 de abril (del 2005) vino más gente
a Misa, y en la Misa que ofrecimos por su eterno descanso el Martes 5 el templo
estaba lleno como si fuera un día festivo. Y es que, a pesar de lo que han dicho
algunos periodistas e intelectuales en contra de su pontificado, a pesar de las
“novelerías” y las sectas, Juan Pablo II era admirado y amado por la humanidad,
al margen de las diferencias religiosas e ideológicas: nadie más que él pudo
congregar en su funeral a gente de muchos países, culturas, ideologías y
religiones. La humanidad se unió en Roma en torno a Juan Pablo II.
En comunión con toda la Iglesia agradezcamos a Dios por la vida Juan
Pablo II y pidamos a Dios que nos de siempre Pastores buenos y santos que guíen a la
Iglesia al encuentro con Dios.