Cuando
muera, dulce será mi pena,
Igual que un sueño,
Sí,
porque el paño enjugará Jesús,
gracias a tu sudario.
y
consolará mis mejillas.
las
lágrimas de mi sufrimiento
(Aria "Sanfte soll" del
Oratorio de Pascua de J.S. Bach)
Querida "Sili":
Quedará perdida en la noche de los tiempos el
origen de este "sobrenombre", que al principio no te gustaba y
después tomaste con muy buen humor.
Llegaste al mundo quince días antes que yo, y eso
siempre fue motivo de bromas de mi parte. Hemos compartido muchas cosas desde
niños: hicimos juntos (con Dante y Tere) la Primera Comunión; hemos jugado, nos
hemos peleado, la hemos pasado bien... Ir a tu casa era diversión
y travesura asegurada, como esa vez que pusieron mi ropa en los cuernos de una
cabra y la dejaron libre por el campo, la vez que se pusieron a hacer
"carrera de vacas", o que nos íbamos a escalar el cerro que estaba
cerca a tu casa. Tan traviesos éramos que mi papá, cada vez que íbamos a
Huachipa, nos hacía esta advertencia (que no hacíamos caso) "no vayan a
hacer fogata". Con mis hermanos, Tere, Fernando, Norma, Yanina, Kathia,
Giselly, Patty, Betty... fuimos pandilla, y también un poco
"pandilleros" cuando en la casa de los abuelos en “Las Palmeras” nos
juntábamos y hacíamos de las nuestras, que al abuelo le causaba poca gracia.
También hiciste buena “collera” con mis primas por parte de mi papá, con
quienes compartimos paseos y reuniones en mi casa. De todo esto nos acordábamos
cuando nos reunimos un Domingo de Enero del 2007, y nos reíamos, siendo ya
adultos, de nuestras travesuras y nuestras peleas. Nos acompañaste en el matrimonio de mi hermana (fuiste su madrina de Confirmación) y el día de mis promesas como Hermano Oblato de Nuestra Señora de la Soledad estuviste en primera fila.
No todo fue diversión, también estuvimos juntos en
momentos difíciles como el accidente de Dante, o la muerte del tío Julio en la
que preparamos el funeral; sabía que en esos momentos difíciles podía contar
contigo y con Tere.
Siempre te has preocupado por unir a la familia,
por avisarnos cuando alguno de los tíos estaban delicados de salud, por
organizar con mi mamá las reuniones familiares. Por mi parte, yo sabía que al
ir a esas reuniones te encontraba en la cocina ayudando en la atención de los
invitados y, tanto a ti como a Tere, podía “gorrearles” comida sin que mi mamá
se de cuenta. Tenías ese espíritu servicial de la abuelita Rosario.
Fuiste una mujer fuerte, no solo emocionalmente,
sino físicamente, tirabas buenas "cachetadas" (habla la voz de la
experiencia); te ibas a hacer diligencias judiciales de desalojo con ocho meses
de gestación. Y como mujer fuerte luchaste por tu vida hasta el final, no te
resignaste a morir, ni a nada que te acercara a la muerte.
El pasado 30 de Diciembre, el día que cumplimos 35
años de haber hecho la Primera Comunión, al terminar de acolitar la Misa en la
iglesia de San Pedro (donde hoy nos reunimos para recordarte), me avisaron que
estabas en el Hospital, fui a verte de inmediato. Comenzaba el "Vía
Crucis".
Te fui a ver mientras estabas enferma: no perdías
el buen humor; pero tus palabras me sonaron a despedida: "yo estudié hasta
el final" me dijiste, y me animabas a hacer algunos cursos de Derecho. No
eras tonta y sabías que tu enfermedad era seria. Pero peleaste hasta el final.
Fui a verte cuando ya te despedías de nosotros.
Recé contigo un “Ave María”, te dije que Dios veía con buenos ojos las travesuras que hacíamos de
muchachos, te hice la señal de la cruz y salí. No sabes como me hubiera gustado
ser sacerdote y darte la absolución. Pero se que Dios ha tenido compasión de
ti, porque Él ama a todos sus hijos. Y mientras rezaba en el lobby de la
Clínica “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte” te
fuiste a los brazos de Dios. Tus familiares y amigos fuimos a despedirte. Mas de
uno se sorprendió de que te hayas ido tan pronto. Mientras te dábamos el “último Adiós” y las lágrimas brotaban de nuestros ojos, nuestra prima Giselly me
cubrió la cabeza con la capucha de mi hábito de Oblato para fastidiarme y
bromear un poco: no podía faltar en tu despedida una travesura, una sonrisa
como cuando éramos niños.
Sospecho que, al llegar al cielo los
tíos Julio y Arcesio te habrán dado la bienvenida, habrás tenido una charla
interminable con la tía Celinda (era tu madrina y te quería mucho), y la
abuelita Rosario habrá salido a servirte una taza de café pasado, tortillas,
ñuña… dile que me guarde unos tamalitos para cuando me toque mi turno, pero que
no hay ninguna prisa. Me imagino que
el abuelo Julio también te habrá recibido con cariño, pero habrá comenzado a
rogar a Dios que a nosotros, sus nietos (sobre todo a mi) nos de muchos años de
vida, porque él sabe muy bien que, cuando nos juntemos en el cielo,
habrá tal escándalo y tantos traviesos juntos, que seguramente le haremos perder
la paciencia como lo hacíamos en su casa.
Querida Marisol, ha pasado un mes desde
que te fuiste, y aún nos cuesta aceptarlo. Pídele a Dios y a Nuestra Señora del
Rosario, a quien nuestras mamás veneran con mucho cariño desde niñas, y bajo cuyo patrocinio estuviste en el colegio, que de la paz a tus
padres, a tu hija, a tus hermanos...
Yo solo te digo lo
que te dije antes de despedirnos: Quédate
en paz, primita, queda con Dios, Marisol.