"- Perdóneme, Su Santidad, ¿de qué color es Martín para Dios?
- De color de la gloria divina..."
(Dialogo inicial de la película "Un mulato llamado Martín")
Cuando tenía cinco años mi mamá nos llevó, a mis hermanos y a mi, a conocer la iglesia de Santo Domingo y nos dijo "Esta es la casa de San Martín de Porres"; desde entonces he visitado su tumba y asistido a la procesión que recorre el Centro de Lima. Cuando años después mi hermano sufrió un accidente que lo dejó muy grave, fuimos a la tumba de San Martín: me impresionó ver a mi mamá rezando de rodillas, como nunca la había visto, pidiéndole que mi hermano no muera. Y San Martín no dejó de atender sus súplicas: mi hermano, que estaba en estado de coma, recobró el conocimiento unos días después y se recuperó totalmente. A San Martín le encomendé el final de mis estudios escolares y mi ingreso a la Universidad Católica del Perú (me atrevo a decir que, en esta ocasión, sentí su intercesión de un modo muy especial). La devoción que comenzó cuando era pequeño, perdura hasta hoy.
La vida de San Martín de Porres no ha sido fácil: no tuvo una familia constituida (sus padres no estaban casados), por ser mulato era despreciado (lo llamaban "perro mulato"), no faltaba quien pensaba que "los negros" no eran humanos, hasta la Iglesia lo marginaba: no podía aspirar a la vida religiosa ni al sacerdocio... Con todo eso, era fácil vivir resentido y lleno de odio. Pero, como dice la lectura del Oficio de Vísperas de hoy: "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Romanos 8, 28) y Dios dispuso de todo eso para hacer de Martín un santo: desempeñaba los oficios mas humildes del Convento de Santo Domingo (por eso se le representa con una escoba), era barbero oficio quienes, en ese entonces no solo cortaban el cabello y afeitaban barbas, sino que además eran médicos empíricos que hacían, incluso, cirugías menores; su situación social le hizo conocer el dolor humano y, por ello, atendía con cariño a los pobres y a los enfermos (San Juan XXIII, al canonizarlo lo llamó "Martín de la Caridad"). Martín era querido por su sencillez, humildad y espíritu de servicio. Era Hermano de todos, apreciado y respetado incluso por el Virrey y el Arzobispo de México.
Hace un par de horas que he llegado de la iglesia de Santo Domingo donde se ha mostrado la reconstrucción del rostro de San Martín de Porres en base a un estudio de antropología forense de su cráneo. La iglesia estaba repleta de fieles, devotos y, porque no, de curiosos. Ya en agosto se había mostrado, en Brasil, el rostro de Santa Rosa de Lima y, en septiembre, el de San Juan Masías; pero esta vez la expectativa era mucho mayor. Y cuando se mostró el rostro de San Martín de Porres la iglesia irrumpió en aplausos; por mi parte, compartía la emoción que muchos sentían, y hasta brotaron unas lágrimas. Quizás me equivoco al decir esto, pero tengo la impresión que se han esmerado mucho mas en esta reconstrucción facial que en las anteriores, y que la semejanza que hay del rostro presentado de San Martín de Porres con un cuadro de la época es impresionante. Al salir de Santo Domingo, celebré este acontecimiento, tomando una gaseosa.
Muchas veces el arte suele estilizar y "edulcorar" a los santos, deformándolos un poco. En el caso de San Martín, la imagen tanto física como psicológica que tenemos de él la hemos tomado de la película "Un mulato llamado Martín", producción peruano mejicana, protagonizada por René Muñoz. Al mostrarse esta reconstrucción de su rostro sentimos al Hermano Martín mas humano, más cercano a nosotros (¿alguien podría imaginarse que era desmolado y que, a su muerte, solo tenía dos dientes?).
Pero, mas allá de su rostro, San Martín de Porres nos enseña que la humildad y del servicio son los más seguros para llegar a Dios; como dice una canción de Tomás Aragüés y Manuel Elvira: "Ser más humilde y mas pobre, mas del cielo y más de todos, es siempre subir al monte de la perfección".
Escribo estas líneas con mucha emoción y agradecimiento a San Martín de Porres. En ellas va el agradecimiento de sus "hermanos de ideal y patria", de los devotos que le agradecen los muchos milagros en favor de los enfermos. Y que él, como dice su himno (que canté por primera vez en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados en Noviembre de 1986), nos de "la luz que iluminó su mente" y "la fe que le enseñó a triunfar".