miércoles, 28 de marzo de 2012

Y VAN CRECIENDO

Llevo mas de 20 años trabajando en la formación de Acólitos y he visto crecer a muchos: aun los recuerdo cuando los conocí pequeños, inquietos, traviesos, palomillas y juguetones, cada cual a su estilo. Muchos de esos niños de ayer ya son profesionales, padres de familia, incluso uno, Adolfo Dominguez, (a quien conocí de acólito cuando tenia 12 años y le enseñaba a manejar un incensario, me hablaba de la inquisición o me decía que me "cuide de la estocada"), esta haciendo estudios de Teología y pronto será sacedote en la Compañía de Jesús.
El tiempo pasa, y en la medida que los niños van creciendo no solo cambian físicamente, sino que también su forma de pensar se transforma; poco a poco dejan de depender de los adultos que alguna vez velamos por ellos (padres, formadores), sino que, después de ver el mundo que los rodea, se hacen independientes y tienen nuevas ideas y prioridades. En el caso de los Acólitos, cuando son niños, vienen con mucha ilusión para servir en el altar, se dan tiempo para todo (yo pienso que es la mejor edad para formarlos bien); pero cuando llegan a los 14 o 15 años, sus prioridades cambian, y adquieren nuevos compromisos y actividades, por ello es difícil encontrar un joven de mas de 15 años interesado en servir como acólito.
A muchos nos gustaría que el tiempo no pase, que se queden con la alegría de cuando son niños, que no creciesen. Y es que, cuando los niños crecen, los jóvenes y adultos de hoy nos hacemos cada vez mas viejos; y eso es más difícil de aceptar.
¿Qué de novedoso tiene lo que escribo? En realidad nada. Todo lo que he dicho lo han expuesto otros, con mas propiedad y conocimiento que yo. Lo que pasa es que el pasado 12 de Marzo me invitaron a tocar el órgano en la Misa de inicio del año del Colegio Parroquial "San Francisco Javier", y veía junto con los Acólitos mas pequeños (los "novicios", como los llamamos por analogía con los que comienzan la vida religiosa, a quienes entregamos túnicas el pasado 25 de Marzo) a los más grandes de cuarto y quinto de secundaria; incluso, vi en las bancas de los fieles, a quienes fueron acólitos alguna vez y hoy ya ni a Misa vienen (claro antes venían porque había cancha de fulbito o se iban a a comer pollo a la brasa o al chifa después de la Misa). Al verlos, ya mas grandes, pensaba como crecían, se hacian mas jóvenes, mas adultos, mas libres.
Nosotros, los que les llevamos unos años de ventaja (de "juventud acumulada" como decía con mucha gracia el H. Alfredo Tarancón, S.J.), testigos de ese proceso, tendremos muchas veces que acompañarlos y apoyarlos para ayudarles a crecer bien; y también tendremos que estar alertas para no caer en la la tentación de quererles imponer nuestro estilo de vida, nuestras ideas, incluso nuestra vocación (por muy santa que sea la intención).
La vida de cada ser humano es única, porque cada persona es única e irrepetible ante Dios.

jueves, 1 de marzo de 2012

REFLEXIONES EN CUARESMA

Después de varias semanas me siento a escribir en este blog. No es que no haya tenido nada que decir (he podido hablar de mis experiencias, actividades, opiniones, etc.), pero las diversas ocupaciones que he tenido no me han dejado tiempo para ordenar mis ideas y compartirlas con ustedes.
En el tiempo que llevo este blog siempre escribo un artículo con motivo de la Cuaresma, artículo que generalmente es una reflexión acerca de la liturgia de este tiempo. Sin embargo, es necesario que lo que escuchamos en la iglesia (textos bíblicos, oraciones, cantos, etc.) aterricen en la realidad que nos rodea. En ese sentido recuerdo mucho las homilías que he escuchado en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados a los jesuitas Carlos Cardó, Manuel Díaz Mateos y Pedro Barreto (hoy Arzobispo de Huancayo, cuyas homilías en la Misa de 8.00 p.m., en el segundo semestre de 1983 me cuestionaban muchísimo): ellos exponían la Palabra de Dios no de manera atemporal, abstracta, sino iluminando el presente y, sobretodo, sin salirse del marco litúrgico del día.
La Cuaresma nos invita a la conversión que, como ya se ha dicho muchas veces, no es solo un cambio de conducta, sino un "cambio de mentalidad", "cambio de corazón", "Metanoia", que se produce cuando uno se encuentra con Dios y vuelve a Él. En ese sentido hay muchas cosas que cambiar en la mentalidad y el corazón de nuestra sociedad. Es verdad que vivimos en un país católico, donde tenemos manifestaciones de fe realmente extraordinarias como la procesión del Señor de los Milagros en Lima o la del Corpus Christi en el Cuzco. Sin embargo esa fe que profesamos muchas veces esta lejos de nuestras relaciones sociales. 
La semana pasada veía en las noticias como una señora murió a consecuencia de una bala disparada por un menor de edad en una revuelta entre pandillas. Muchos se han preguntado "¿Dónde están los padres de esos jóvenes?", "¿Dónde están los padres de los jóvenes que se meten a las pandillas, de los que se drogan, de las niñas y adolescentes que están embarazadas?" Y estoy seguro que la respuesta es que están en cualquier sitio menos en su hogar, no porque tengan que trabajar para dar una vida mas digna a su familia (¡ojalá fuera por eso!), sino porque están con otros "hogares", otros "amores", otros "compromisos sociales que no se pueden dejar de lado (?)". Los padres de esos jóvenes muchas veces solo existen en las partidas de nacimiento, pero no en la vida de sus hijos: están como "muertos en vida", porque viven físicamente, pero nunca actuaron como padres porque no les dieron cariño, una palabra de aliento o una palabra fuerte que corrija, y por ello no viven en el corazón de sus hijos. No pocas veces son hijos de personas que, en nombre de una "sexualidad libre y sin tabúes", se convertían en padres cuando apenas dejaron de ser niños, y sin madurar lo suficiente los obligaron a casarse para mantener las apariencias. Son los hijos de aquellos que aprendieron, precisamente de sus padres, a ser violentos con sus seres queridos. Son los hijos de quienes disfrazan su egoísmo e inmadurez de ideologías y costumbres de países "mas adelantados (?)", egoísmo e irresponsabilidad disfrazados de libertad y "amor" para destruir un hogar y tratar de construir uno nuevo sobre las lágrimas de un cónyuge herido y de unos hijos que lloran a gritos desde el fondo de su alma por el padre o la madre que los abandonó o se divorció por irse con un "nuevo compromiso", con "otro señor" u "otra señora" a quienes ellos odian por ser los causantes de su sufrimiento. Se me viene a la mente el recuerdo de un niño que hace años lloró en mis brazos porque su padre (separado de su madre) quería asistir a su Primera Comunión acompañado de su nuevo "compromiso" y la mamá le había amenazado con echarlo de la iglesia si se aparecía asi; años después volví a encontrar a ese niño, ya convertido en un joven, pero en padre de familia a los 17 años. No hablo de ficción sino de realidad.
Y esto sucede en un país católico, de gente que reza, que cree en Dios, que acude al Señor de los Milagros, o que llenará los templos el próximo Domingo de Ramos, que alguna vez con mucha ilusión hicieron su Primera Comunión o su Confirmación y le daban, llenos de alegría el corazón a Cristo. ¿No será que aún no hemos sido evangelizados lo suficiente? ¿será que todo es apariencia, costumbre, emoción del momento, psicología multitudinaria? No digo que seamos "hipócritas" o "fariseos"; no soy quien para juzgar el corazón de mis hermanos, pues la fe de cada uno solo Dios la conoce. Pero esta realidad nos debe interpelar en esta Cuaresma, y no podemos ser indiferentes a ella.
Las palabras que oímos el Miércoles de Ceniza "Conviértete y cree en el Evangelio", son palabras dirigidas a cada uno de nosotros en forma personal, son una invitación a la reflexión y a la oración que nacen del encuentro con Cristo, de oir su Evangelio (Buena noticia), que nos hará volver a Dios, y nos llevará a un cambio de mentalidad  y de corazón. Pero también es una invitación a la Iglesia y a la sociedad, de la que nosotros formamos parte, porque de nuestra conversión personal depende la conversión del mundo que nos rodea, de las familias, de nuestros trabajos y estudios, de nuestras relaciones humanas y sociales. No se trata solo de cambiar "patrones de conducta", sino de que el Evangelio toque todas esas realidades, las transforme y las ponga al servicio del Reino de Jesucristo.
La imagen que he colocado al comienzo de este artículo (un afiche publicado en la puerta de la iglesia de San Lázaro en el Rímac) me parece elocuente: nosotros conocemos el camino para volver al Señor.  No está lejos de nosotros. Nunca es tarde para volver al Señor y comenzar de nuevo todo. Es "Tiempo de Gracia, Día de Salvación" (Cf. 2 Corintios 6). Es tiempo de que el Señor nos restaure con su misericordia y "haga las cosas nuevas" en nosotros y en nuestra sociedad.
Que en esta Cuaresma escuchemos la voz del Señor y no endurezcamos el corazón (Cf. Salmo 94).