viernes, 20 de diciembre de 2013

¿QUÉ CANTAMOS EN NAVIDAD?

En estos últimos días de Adviento la preocupación de los coros de las parroquias e iglesias es ver que se va a cantar en la Misa de Nochebuena. La Misa de Nochebuena (más conocida como “Misa de Gallo”) celebra el misterio del nacimiento de Jesús, proclamándose el capítulo 2 del Evangelio de San Lucas.
Y, por ser una celebración muy concurrida (al igual que las misas del Domingo de Ramos y del Jueves Santo), hay que tener un cuidado muy particular en lo que se va a cantar porque, con tantas canciones navideñas que se oyen por todas partes, se corre el riesgo de utilizar cantos que “están de moda” y no dicen nada sobre el nacimiento de Jesús.
Por otro lado, hay que reconocer que, de alguna manera, los fieles que asisten a una celebración “están a merced” de la voluntad de los gustos del Director de Coro o del Párroco de turno, quienes muchas veces no tienen buen gusto o ni buena formación litúrgica y musical.
Entonces ¿Qué cantar?
Algunos recurrirán a los cantos de años anteriores (a veces escogidos sin más criterio que el gusto del encargado), otros más bien preferirán cantar cantos nuevos, otros buscarán “cantos con mensaje” (en estos días hay muchos mensajes muy buenos, pero “La Navidad es Dios recién nacido”)… Por ello es bueno considerar algunos criterios y sugerencias:
* Lo fundamental es que TODA LA COMUNIDAD celebre con el canto el misterio del Nacimiento de Jesús. En ese sentido hay que considerar que a la Misa de Nochebuena viene todo tipo de gente, y de todas las edades; por hay que tener cuidado de no convertir esta celebración en una liturgia infantil (escuchar en estos días a tantos coros de niños como “Los Toribianitos” nos dan esa idea), si bien es cierto que un coro de niños hace muy bonito para esta misa, no es la única ni la opción preferente.
* Habría que revisar bien que se ha cantado en años anteriores, como se ha cantado y cuál ha sido la respuesta de la comunidad: ¿los fieles cantaron? ¿sólo escucharon?, ¿creo un clima de oración? ¿O solo fue un espectáculo bonito que “emocionó” a los fieles? Recuerdo alguna Misa de Gallo en la que, después de la Comunión el coro (compuesto mayormente por niños) entonó “Que canten los niños, que alcen la voz…” muy bonito, muy emocionante, pero… ¿Y qué tenía que ver con el nacimiento de Jesús?
* No todos los cantos o villancicos son apropiados para la liturgia. Muchos de ellos han llegado a nosotros como parte del repertorio popular y han sufrido retoques en el tiempo (recuerdo mucho haber escuchado cantar el “Burrito sabanero” durante la Comunión de una Misa de Gallo). Por ello escojan los que más ayuden a la celebración del misterio, los demás habrá que dejarlos para los recitales o reuniones navideñas que abundan estos días.
* No hay que tener miedo de recurrir al riquísimo repertorio tradicional: hay muchos cantos que ya forman parte de la tradición navideña de nuestras comunidades, y el conservarlos año tras año de alguna manera nos hace sentir en comunión con tantos hermanos nuestros que, en años anteriores, celebraron con esas piezas musicales la Navidad. Personalmente pienso que el “Adeste fideles”, y el “Noche de paz”, no deben faltar en la Misa de Nochebuena, pero sin hacerle alteraciones en ritmos o letras, que en lugar de embellecer estos cantos, mas bien los adulteran. Tampoco hay que tener miedo de los cantos en latín (el argumento de que “nadie entiende” es una verdad a medias, ya que muchas veces oímos a la gente cantar en otros idiomas y no se hacen problema por eso), para lo cual es conveniente dar a los fieles las letras con sus respectivas traducciones (por experiencia les digo que eso da buenos resultados).
* Un detalle que puede parecer secundario o pasa desapercibido: tengamos presente el lugar de la celebración: no es lo mismo tener una Misa en un templo moderno, en una comunidad campesina, en un templo colonial o antiguo. Recuerdo que hace unos años asistí a una misa en un templo barroco: la misa se cantó con guitarra; y, valgan verdades, se sentía que esa instrumentación “desentonaba” con el templo que, por todo el arte que tiene, casi exige el uso del órgano (¿no se han dado cuenta que, en los reportajes a lostemplos antiguos suelen poner, como música de fondo, polifonía sagrada o música de órgano?); asimismo recuerdo una ceremonia del Viernes Santo en un templo colonial de Lima donde se utilizó el canto gregoriano, y polifonía clásica, y la verdad, la música y el templo se complementaban.
* No todo tiene que ser “palabreo”; también habría que apelar a la música instrumental, que bien ejecutada puede crear un clima de recogimiento en el “ofertorio” de la Misa o después de la Comunión.
Una palabra final a aquellos que tengan talento para componer letra o música: creen cantos para la liturgia, que ayuden a celebrar el misterio a la Iglesia, que lo pueda entonar la comunidad cristiana (y no solo el coro de jóvenes). Hay tantos poemas de Navidad (los de Lope de Vega por ejemplo) e Himnos de la Liturgia de las Horas que esperan que hayan personas talentosas que les pongan música. No tienen que ser necesariamente del estilo del barroco, cada quien puede, con su arte y con su estilo, crear música para orar con ello (se me viene a la mente la versión musicalizada de la antífona del Domingo de Ramos "Al entrar el Señor en la ciudad santa" que compuso con mucho acierto mi amiga Rossana Morales y que forma parte del repertorio tradiconal de Semana Santa de la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados).
En Navidad todos nos alegramos por el nacimiento de Jesús. Se trata de cantar el Misterio, de celebrar el misterio. En estos días se dan demasiados mensajes con buenos deseos de unión, de solidaridad, de paz, de amor… Todo eso, insisto, está bien, pero esos buenos deseos también deben tenerse todo el año. Que, en estos días, la Iglesia diga, en los cantos, la gran noticia que se dijo en Belén hace mas de dos mil años: “Hoy nos ha nacido el Salvador: el Mesías, el Señor”.
Lo demás es secundario.

jueves, 5 de diciembre de 2013

UN ALMUERZO MEMORABLE

Para un estudiante de Derecho de la PUC ganar las olimpiadas de la Facultad era un acontecimiento digno de ser celebrado. Pues bien, en 1992 mi promoción "Goce", había campeonado por segunda vez las Olimpiadas y eso había que celebrarlo. Así que se organizó un almuerzo para el Sábado 5 de Diciembre, desde la 1.00 p.m. "hasta morir" como dijo Salvador del Solar.
El lugar elegido era la casa de Pedro Velásquez López Raygada en San Miguel, asi que allí me dirigí para compartir con mis amigos, y si la memoria no me falla, llegué temprano (como de costumbre). No recuerdo que almorzamos, pero si recuerdo que, como era el cumpleaños de Manuel Barrios, no encontraron mejor forma de "agasajarlo" que bañarlo en cerveza en el jardín de la casa.
Bien, terminamos de comer a eso de las 3.00 p.m.; y ¿ahora qué? Lo lógico era bailar hasta que las fuerzas nos lo permitan. Sin embargo, era la época en que no llovía en la sierra del Perú y eso obligaba a restringir la electricidad en la ciudad ocho horas al día; y, por esas casualidades de la vida en aquel barrio no había luz desde las 9.00 a.m. hasta las 5.00 p.m. ¿Qué hacemos, conversamos?
Y en ese momento (seríamos como 80 los que estábamos sentados en la sala) surgió la idea: "juguemos a la botella borracha". Y aprobamos la idea. Aún recuerdo la cara sonriente de Enrique Ferrand que dijo con mucha picardía. "Esto es un contrato. ¿Aceptan?". La respuesta no se hizo esperar: "¡Aceptamos!".
Y comenzó el juego. 
Los castigos mas graciosos y comprometedores fueron los mas utilizados para amenizar aquella tarde calurosa de Diciembre. No puedo entrar en detalles al respecto, una vez más debo ejercer la "autocensura" (ya les dije que este blog lo leen niños y gente de Iglesia), tampoco se imaginen castigos "triple x" o para mayores de 18 años con DNI y advertencia. A este servidor también le tocó su castigo, pero, como no me convenía cumplirlo, Jorge Vega (cuando no) me lo conmutó a que tomara pisco puro en una tapita de botella. Bueno, no soy de tomar, así que el castigo lo cumplí a medias y casi con lágrimas en los ojos.
Por aquel entonces ya brillaba mi afición por la fotografía y lleve mi cámara para ese almuerzo; pero, lamentablemente se me había acabado el rollo (no habían cámaras digitales) y me quedé con ganas de tomar fotos por las que algunos hubieran pagado lo que sea con tal que no salgan publicadas. el juego acabó casi a las 5.00 no solo porque ya llegaba la luz (y por fin habría baile), sino porque llegó el Dr. Luis Hernández Berenguel, profesor de la facultad, padrino de la promoción (en esas olimpiadas y dos años después en la graduación) y padre de Juan Luis Hernández, así que había que portarse bonito nomás.
Pero, así como yo era uno de los primeros en llegar, también era uno de los primeros en irme, eran las 5 y yo tenía que tocar tres matrimonios en Desamparados a las 6.00, 7.00 y 8.00 p.m. Con el dolor de mi corazón dejé aquella celebración ("¿Te vas, Manuel?", "Si", "¿Regresas?", "No lo se", "Ah, que te vaya bien") y a cumplir con los compromisos asumidos (después supe que no me necesitaban para los matrimonios de 6.00 ni de 7.00 p.m.: habían coros para esas misas).
¿Qué pasó entonces? Bueno, de lo que no se no hablo. Supongo que se habrán divertido. Sin embargo, el matrimonio de las 8.00 p.m. acabó temprano, así que tomé un taxi y me dirigí lo más rápido que pude al lugar del crim..., perdón, a la casa de Pedro.
Les dije que el almuerzo era desde la 1.00 p.m. hasta morir. Llegué como a las 9.30 p.m. ("¡Manuel, volviste!" me dijo Ricardo Ortiz de Zevallos) y ya estaban agonizando: algunos bailaban frenéticamente, otros dos o tres bailaban en las escaleras, otros bailaban con cierta coquetería, uno lloraba por un amor perdido y yo, como de costumbre, dando ánimos. Las cosas no acaban allí: algunos dormían la borrachera, y habían ocasionado algún destrozo en la casa, entre ellos malograr el fax. Pedro Velásquez debió haberse ganado una buena llamada de atención por parte de su familia. Una hora mas y me fui a mi casa, al igual que los demás.
Dos días después en la Universidad me encontré con Juan Peña (que se había quedado dormido por efectos del alcohol en plena fiesta), y me dijo "Manuel, no me acuerdo de nada de lo que hice esa noche"; entonces, no se me ocurrió mejor cosa que gastarle una broma (bueno ese semestre le jugué muchas bromas a Juan y él ¡siempre me creia!): "Juanito, lo que hiciste esa noche"; "¿Qué hice, no me acuerdo de nada?", "Hiciste esto y esto, y por poco le faltas el respeto a N.N., haciendo tal cosa". 
Pobre Juan, no sabía donde meter la cara, más aún cuando llegando a la puerta principal de la PUC la tarde del Lunes 7 de Diciembre no falto quien, recordando que se quedó borracho y dormido, le dijo, en tono de burla, "Que tal almuerzo, Juan". Después de reirme un rato de su ingenuidad (todo lo que le decía era falso, ni lo vi borracho, ni dormido, es mas no recuerdo haberlo visto tomando ni siquiera agua), le dije que todo era una broma. Juan molesto me dijo que nunca mas me creería en lo que le iba a decir (cosa que no cumplió ninguna de las veces que cayó en mis bromas).
Con la gente de Goce tuvimos un almuerzo por las Olimpiadas en 1993, luego un reencuentro en 1995 y otro en el 2004, al que, como de costumbre, llegué temprano y me fui temprano, porque tenía que atender las Misas en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados (cuando le conté esto al P. José Francisco Navarro, S.J. Superior de la Comunidad Jesuita de Desamparados me llamó la atención: no por haber ido al almuerzo, sino por no haberme quedado mas tiempo a compartir con mis amigos, ya que por esta vez las otras actividades podían esperar).
Todas estas experiencias las guardo en el corazón, con la gente de "Goce" viví con alegría esta etapa de mi vida y de mi formación profesional. Mas allá de lo anecdótico, de lo gracioso y hasta de lo comprometedor, tengo siempre presente el regalo de la amistad que ahora retribuyo con mis oraciones, y con el deseo y la esperanza de volverme a reunir con ellos, ya no para hacer las mismas travesuras de antes (ya no estamos para esos menesteres), sino para recordar y compartir la amistad y la vida que Dios nos ha regalado.