Muchas veces se ha dicho, en sentido metafórico, que
la enfermedad (sobretodo el cáncer) es un “Vía Crucis”.
Estas reflexiones las escribí entre los años 2010 y 2011 en que tuve que visitar a uno de mis familiares que se encontraba internado allí, y meses mas tarde cuando llevaba a mi madre para el tratamiento de un melanoma uvual. Mientras esperaba en el consultorios o caminaba por sus pasillos veía el “Vía
Crucis”, el camino de la Cruz de tantos hermanos enfermos de cáncer, y recordaba el “Vía Crucis” de Jesús meditando en las estaciones
Estas reflexiones las han publicado mi amigo Fernando Eslava Mendoza en el “Blog del Topo” en la Semana Santa del 2011, y hoy lo comparto en mi blog, esperando les ayude a orar esta Semana Santa.
PRIMERA
ESTACIÓN: JESÚS CONDENADO A MUERTE
Cuando se informa a un paciente que tiene cáncer, el
primer pensamiento que surge en el corazón de una persona es la proximidad de
la muerte. Tener cáncer es estar condenado a muerte, una muerte dolorosa y
cruel.
Escuché decir al diácono Roberto Torres que el
hombre, desde que nace, está condenado a muerte. Y, a pesar de que es lo único
que sabemos con toda certeza que nos va a pasar, tratamos de evitarlo o
retrasar su llegada.
Jesús es condenado a una muerte dolorosa y cruel. Muchos
enfermos, condenados a una enfermedad dolorosa y cruel, elevan a Dios una
plegaria “Aparte de mi este cáliz”. Pero si es un hombre de fe, que sabe que
Dios dispone de todo para el bien de sus hijos también podrá decir “no se haga
mi voluntad sino la tuya”.
SEGUNDA
ESTACIÓN: JESÚS RECIBE LA CRUZ
Una vez aceptada la situación el enfermo carga con
la Cruz. No puede escaparse de ella. Solo queda llevarla y seguir hasta el
final. La enfermedad será la Cruz que lo llevará al encuentro con Dios.
Cargar con la Cruz no es fácil: los valientes y los
cobardes le temen. No es un peso que se lleve con agrado. Una enfermedad no es
cruz que nos atraiga, más bien nos aterra, nos desmoraliza. Pero quien quiere
seguir a Jesús, al Maestro, ha de cargar con su Cruz y seguir tras sus pasos,
aunque el miedo y el dolor le hagan flaquear por momentos.
TERCERA
ESTACIÓN: JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Quizás la primera caída que experimente un enfermo
de cáncer es la caída de su fe: “¿Dios mío, por qué?”, “Eso no me puede pasar a
mi”, “¿Qué pecado estoy pagando?”. Y junto con él todos los que lo conocen
sienten lo mismo: “¿Por qué a él, si es bueno?”, “¿Por qué Dios permite eso a
los buenos, ya los malos no les pasa nada?”. La fe en Dios, que es un Padre que
nos ama, tambalea, se cuestiona…
A veces no pensamos que Jesús era el hombre que pasó
por mundo haciendo el bien, que era mas bueno que nadie, que no hizo mal a
nadie. ¡Qué es Dios! Y sin embargo, el que no cometió pecado ni hizo mal a
nadie tuvo sufrir la muerte en la cruz y en su camino, aunque no lo dicen los
Evangelios, es probable que haya caído bajo el peso de la Cruz.
Por eso, cuando caigas, no tengas miedo, Jesús
conoce tu debilidad, tus dudas, tus miedos… Y ante tu caída te levantará.
CUARTA
ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
La enfermedad es la Calle de la Amargura. Y en esa
Calle encontramos a muchas madres saliendo al encuentro de sus hijos que
avanzan llevando su Cruz.
La Cruz del Hijo es la Cruz de la Madre. La mujer que da la vida no puede
evitar que la muerte se lleve al fruto de sus entrañas. Hace lo que puede para
evitarlo, o al menos para que la Cruz sea menos pesada, menos dolorosa. A veces
ni siquiera sabe que hacer. Pero su presencia, su compañía en esas
circunstancias es un gran alivio para el hijo que se siente acompañado.
María: acompaña a tus hijos en su Vía Crucis.
Consuela a aquellos que se sienten solos, a tantos enfermos que con lágrimas de
niño reclaman el cariño de su madre.
Santa María, Madre de Dios,
Ruega por nosotros pecadores,
Ahora y en la hora de nuestra muerte.
QUINTA
ESTACIÓN: SIMÓN CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ
Cuando uno camina por el Hospital de Neoplásicas
puede ver a tantos “Cirineos” que ayudan a los enfermos a llevar la Cruz:
voluntarias que recorren los pasadizos, orientando a los pacientes, señoras que
ensañan a los pacientes a hacer manualidades, personas que van llevando alegría
a los enfermos…
Son Cirineos que no pueden evitar que un enfermo
lleve su Cruz, pero si pueden hacer que sea menos pesada, más llevadera; con sus
muestras de solidaridad pueden hacer que un enfermo olvide por un momento su
dolor, o pueda incluso sonreír.
Dios bendiga a los Cirineos que ayudan con la Cruz
ajena: no creo que sea fácil distraer a un paciente de hospital, ni lograr que
se olvide siquiera un momento de su Cruz. Quizás muchas veces sentirán el
rechazo… Pero Jesús, el que llevó la Cruz primero, sabrá recompensar tanta
generosidad.
SEXTA
ESTACIÓN: LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
Una de las labores más difíciles es la atención de
los enfermos. Médicos, enfermeros, técnicos, personal de limpieza del hospital.
Como Jesús, el paciente de cáncer está destrozado
por la enfermedad; muchas veces los vemos “sin aspecto humano”, “como hombre de
dolores”. Incluso nos puede causar repugnancia al verlos.
La Verónica limpia el rostro ensangrentado de Jesús,
los enfermeros atienden a los pacientes que, como Jesús, van camino de su
propio Calvario. ¿Han visto como el personal de un hospital tiene que hacer el
papel de la Verónica al atender a los pacientes en sus momentos más críticos?
¿Han visto a los enfermeros aseando o dando de comer a un paciente que está en
su momento más crítico y que incluso puede reaccionar mal?
Quizás dirás “ese es su trabajo”, “ya han perdido la
sensibilidad”. Pero si ese servicio, por más trabajo que sea, o más “costumbre”
que tenga, se hace con amor, imprimirá en el corazón del profesional de la
salud el rostro de Cristo. “Lo que
hiciste con uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hiciste”.
SÉPTIMA ESTACIÓN: JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
La enfermedad del cáncer está llena de momentos
críticos: el paciente, que va llevando la Cruz de su enfermedad, cae bajo el
peso de la misma: “se ha puesto mal… urgente hay que llevarlo de emergencia al
hospital que se nos muere…” Parece que
el fin está muy cerca y el susto y la desesperación nos embargan. Pero, la
muerte no ha llegado: los médicos le salvan la vida, lo estabilizan, lo medican
y… vuelve a casa, el susto ya pasó.
¡Qué cerca estuvo de la muerte! ¡Qué miedo el que
embarga al enfermo y a su familia! Pero se levantó de la caída y continúa su
camino al Calvario.
No nos dice el Evangelio cuantas veces cayó Jesús
bajo el peso de la Cruz. Tampoco sabemos cuantas veces caerá el enfermo bajo el
peso de su Cruz. Pero sabemos que, como Jesús, debe continuar su camino, quizás
con mayor resignación o con más miedo que antes. Pero en nuestras manos está
que está cruz sea la Cruz de Cristo, que lleva a la muerte y a la Resurrección.
OCTAVA
ESTACIÓN: JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
“No lloren por mi”, “tranquilos, esto pasará”.
¿Han oído a un enfermo atormentado por el dolor
consolar a sus familiares y amigos? ¿Han visto a un enfermo fortalecer la fe de
quienes lo visitan, al punto de que la familia salga reconfortada en medio del
dolor?
Es impresionante ver a un enfermo llevar la Cruz en
paz y, a veces, con alegría. Una paz y alegría que no vienen de la resignación
del derrotado, del que dice “que se va a hacer”; sino del que está lleno de
Dios y sabe ser valiente aun en medio de la cobardía.
Un enfermo que consuela a quienes sufren por él, es
la imagen de Jesús que consuela a las mujeres de Jerusalén. Es también la
imagen de la fe y esperanza, del hombre que cree que Dios no le abandona y que,
aunque a veces se quede callado, sabe que la enfermedad y la muerte no son la
“última palabra de Dios”.
NOVENA
ESTACIÓN: JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
La última caída es el preludio de la muerte. El
enfermo que, poco a poco ha ido cediendo al peso de la Cruz llega a la última
caída, al último momento.
“Ya no hay nada que hacer, solo queda esperar”. Es
el aviso de que el fin está cerca, de que todo esfuerzo de la ciencia ya es
inútil. Y, cuando la ciencia llega a su límite, entonces solo queda ponerse en
las manos de Dios.
“Lo que Dios quiera, hasta cuando Dios quiera”,
decía un sacerdote de la Compañía de Jesús muy poco antes de su muerte a causa
de un cáncer.
¡Padre, me pongo en tus manos!
¡Padre, hágase tu voluntad!
DÉCIMA
ESTACIÓN: JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Una persona desnuda es, en cierto sentido, una
persona indefensa, una persona que está expuesta a todo tipo de observaciones,
comentarios, humillaciones. La desnudez nos impide escondernos al amparo de las
apariencias: ropa, vestidos, belleza, dignidades, puestos sociales…
Un enfermo en fase terminal ha quedado desnudo: ya
no tiene buenos vestidos que lo hagan presentarse impresionante ante los demás,
sus dignidades y puestos se han perdido en el camino y de nada le sirven.
Incluso su belleza o su fuerza y apariencia física ya no existen, todo a ha
sido destrozado por el peso de la Cruz. Ha perdido todo su ropaje, ha quedado
desnudo, indefenso, humillado… Y expuesto al comentario de los demás “pero si
este era fuerte”, “si era tan bella”, “ni su dinero, ni sus dignidades lo han podido
salvar de la enfermedad”…
Ante esa desnudez humillante, dolorosa, solo nos
queda ser humildes ante Dios. Reconocer nuestra humanidad pecadora, que sin él
nada somos; que nada nos llevamos a la muerte. Y reconocer que, la única
dignidad, la única ropa, la única fuerza y belleza que nadie, ni siquiera la
enfermedad, nos podrá quitar, es la de ser Hijos de Dios por el Bautismo.
UNDÉCIMA
ESTACIÓN: JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Ha llegado la hora de la agonía, la última parte de
este camino de la Cruz: el enfermo agoniza y lucha por aferrarse a la vida,
sabe que ha llegado el momento que le esperaba desde hace tiempo.
Es la hora de la verdad: la hora de perdonar y pedir
perdón, de despedirse de quienes le rodean, la hora de la soledad, la hora en
que se reclaman a los seres queridos, la hora del tormento del hambre y la sed,
la hora de reconocer que ya concluye el camino, la hora de ponerse en las manos
de Dios para dejar este mundo…
Jesús sabe lo que es el dolor y el sufrimiento de la
Cruz. En ella llevó el pecado y el dolor de toda la humanidad. También el dolor
de enfermo que agoniza. En su Cruz Jesús sintió lo que siente el hombre que
agoniza. En su Cruz Jesús se hace solidario con todos.
Jesús murió por todos. Y si nosotros morimos con
Cristo, viviremos con Él.
DUODÉCIMA
ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ
La Iglesia, ante la muerte de Jesús, se arrodilla y
calla. Ante la muerte del hombre solo nos queda el silencio reverente.
Ante la muerte hagamos silencio, porque ha llegado
la hora en que el enfermo contempla cara a Dios.
DÉCIMO
TERCERA ESTACIÓN: JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y ENTREGADO EN LOS BRAZOS DE SU
MADRE
Después de la muerte del enfermo hay poco tiempo
para llorar: documentos, pagos, avisos a la familia, dinero, búsqueda de
funerarias, trámites... No hay tiempo para sentimentalismos. Hay que actuar
rápido porque hay que preparar el funeral.
Con Jesús pasó algo parecido: muere en la tarde del
Viernes santo y hay que enterrarlo a toda prisa, porque al ponerse el sol
comienza el Sábado y no hay tiempo para sentimentalismos.
Aunque esté sin vida, respetamos el cuerpo del
enfermo ya difunto, lo vestimos para que esté presentable a la familia que
quiera despedirse de él.
El funeral es una experiencia dolorosa. Jesús no
tenía tumba: se la prestaron. Necesitamos, como María y los amigos de Jesús, la
solidaridad de nuestros familiares y amigos, la presencia de tanta gente que
nos diga que no estamos solos en un momento tan difícil.
Y en esa solidaridad Dios se hace presente.
DÉCIMO
CUARTA ESTACIÓN: JESÚS ES SEPULTADO
El último momento es la sepultura, el último adiós.
Ha llegado el momento de la separación. Se deja que el cuerpo de nuestro
hermano, ya descanse en paz.
Recuerdo mucho una lápida que vi en una tumba en el
cementerio del Callao, en ella estaba escrito: “Aquí, espera el Día del Señor,
la señora…” (no recuerdo el nombre).
Quizás nos haga falta recordar que la sepultura es
dejar el cuerpo de nuestro hermano en la espera del “Día del Señor”, del día en
que Cristo nos haga salir de nuestros sepulcros para la vida que va a durar
para siempre.
EPILOGO: RESURRECCIÓN
Nuestro hermano que estuvo enfermo y ya está en la
presencia de Dios, ya no sufre mas. Solo la fe y la esperanza en Cristo
resucitado nos fortalece. Sabemos que Dios le ha acogido y le ha dado su abrazo
de Padre. Sabemos que Cristo ya ha vencido a la muerte y que un día nosotros
también venceremos a la muerte y participaremos de su Resurrección.
Y allí ya no habrá llanto ni dolor.
Allí compartiremos la vida y la gloria de
Jesucristo, a quien sea dada la gloria y el poder ahora y por toda la
eternidad.
Amén.
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