I
Corría la Cuaresma del 2010, y Elizabeth, una amiga de la Universidad Católica, que se encuentra en Europa y a quien no veo desde hace muchos años, retomó contacto conmigo por la lectura de este blog y por el facebook, por medio de los cuales se enteró de mi trabajo en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados. En una de las veces que conversamos me comentó que su papá, ya mayor y con problemas de salud, se encontraba internado en una casa de reposo en Magdalena, y me pidió que fuera a visitarlo; me dijo además que él había estado vinculado a la Iglesia en su juventud y que le vendría bien una visita como la mía.
Me comprometí a hacer la visita. Sin embargo, una pregunta me asaltaba en ese momento: ¿qué podía hacer durante una visita a una persona mayor, que nunca en su vida me había visto? Aún así, en los días de la Semana Santa me lancé a esta misión, no sin antes avisar a Elizabeth para que prepararan a su papá para la visita.
Cuando llegué me trajeron al papá de Elizabeth, un señor mayor, sentado en una silla de ruedas, que no hablaba. Lo único que se me ocurrió, fue entonar algo de Canto Gregoriano (pues, como ya les dije, sabía que de joven había estado vinculado a la Iglesia). En aquel momento, el señor cambió su semblante, y me aplaudió muy suavemente (ahora que lo pienso, no recuerdo que muchas personas me hayan aplaudido por haber cantado, ya que por lo general solo canto en Misa y allí no se aplaude). Durante un momento me puse a cantar y a hablarle un poco, el señor me tomó de la mano, y en su rostro pude ver un poco de alegría.
Me costó despedirme, si mal no recuerdo la hora de visita había terminado. Pero en aquella ocasión, con solo algunos cantos en latín le devolví la sonrisa a un hombre anciano y enfermo. Cuando se lo conté a Elizabeth me agradeció la visita, que al parecer le hizo bien a su padre. Mas adelante ella se llevó a su padre a Europa a vivir con ella.
Así como yo tuve esa experiencia, muchas personas de buena voluntad dan alegría a quienes, en hospitales y asilos, viven de alguna manera la experiencia de la muerte, del dolor, de la soledad.
Años después, mi amiga Rossana, educadora de niños por vocación y formación (a quien muchos le debemos sus enseñanzas, su paciencia y su consejo en Desamparados), compró el inmueble del Jirón Aguarico para que funcione un nido. Recuerdo que cuando ni bien lo pudo ocupar, me invitó junto con Carlos su esposo, a visitar el lugar: era un lugar desolado, me recordaba a la cárcel que había visto en una película (y ahora que recuerdo, a los calabozos de las Comisarías, de lo cual hablaré en otro momento). Rossana me dijo que, cuando los guardianes desocuparon la casa sacaron gran cantidad de basura, y que daba miedo visitar los ambientes del fondo.
Tiempo después visité la casa cuando estaba en obras; y, más adelante, cuando comenzó a funcionar el Nido que lleva por nombre "Mundo Azul". La casa había cambiado: ya no había muerte, había vida, los niños jugaban, bailaban, hacían travesuras, corrían... y vi a Rossana que era feliz porque daba un paso más en su vocación al servicio de la educación de los niños más pequeños.
Sin embargo, corremos el peligro de "encerrarlo en la Iglesia" y no verlo en otros lugares: Jesucristo vive, nos hace a nosotros testigos de su Resurrección y nos hace a nosotros "Resucitadores": resucitan muertos aquellos que visitan a los enfermos y ancianos en asilos y hospitales dándoles alegría y consuelo, aquellos que trabajan con quienes están en la cárcel, aquellos que son capaces de transformar inmuebles desolados y le dan vida con la alegría de los niños, aquellos que educan a quienes son difíciles de educar, aquellos que dan aliento a los que sufren, aquellos que les enseñan a los que nadie quiere que ellos son también valiosos para Dios y para el mundo...
Usted, mi amable lector puede recordar muchas cosas más. ¿No ve en ellos la alegría de la Resurrección, de la vida? Eso es lo que celebramos en la Pascua: un Dios vivo, que vive entre nosotros, que nos invita a dar vida.
Quienes trabajan por esa vida, muestran la gloria de Dios que está en la tierra; hacen realidad lo que dijo San Ireneo en el siglo II: "La gloria de Dios es el hombre viviente".
Les invito a escuchar "Luz que vence a la sombra" de Miguel Manzano y José Antonio Olivar.
Cuando llegué me trajeron al papá de Elizabeth, un señor mayor, sentado en una silla de ruedas, que no hablaba. Lo único que se me ocurrió, fue entonar algo de Canto Gregoriano (pues, como ya les dije, sabía que de joven había estado vinculado a la Iglesia). En aquel momento, el señor cambió su semblante, y me aplaudió muy suavemente (ahora que lo pienso, no recuerdo que muchas personas me hayan aplaudido por haber cantado, ya que por lo general solo canto en Misa y allí no se aplaude). Durante un momento me puse a cantar y a hablarle un poco, el señor me tomó de la mano, y en su rostro pude ver un poco de alegría.
Me costó despedirme, si mal no recuerdo la hora de visita había terminado. Pero en aquella ocasión, con solo algunos cantos en latín le devolví la sonrisa a un hombre anciano y enfermo. Cuando se lo conté a Elizabeth me agradeció la visita, que al parecer le hizo bien a su padre. Mas adelante ella se llevó a su padre a Europa a vivir con ella.
Así como yo tuve esa experiencia, muchas personas de buena voluntad dan alegría a quienes, en hospitales y asilos, viven de alguna manera la experiencia de la muerte, del dolor, de la soledad.
II
En el Jirón Aguarico, en Breña, los jesuitas tenían una casa, que en sus primeras épocas sirvió como sede del Centro de Proyección Cristiana, dirigido por el P. Eduardo Bastos, S.J. Mas adelante, la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados utilizó dicho local para que funcione allí el Dispensario Médico Parroquial (que fue desactivado el año 2003) y un Centro de Conciliación Extrajudicial. Después bajo la tutela de la parroquia funcionó allí un Taller de Terapia y Oración para personas con problemas de drogas y alcohol. Cuando los jesuitas dejaron Desamparados se cerró el Taller de Terapia, el Centro de Conciliación se mudó a un nuevo local, y la casa quedó a cargo de unos guardianes. Hay que mencionar que después que se cerró el Dispensario Médico Parroquial aquel local fue tornándose lúgubre y triste, algo que se hizo mas visible cuando se instaló el Taller de Terapia, y mucho aún más cuando ya no funcionaba nada en ese inmueble.Años después, mi amiga Rossana, educadora de niños por vocación y formación (a quien muchos le debemos sus enseñanzas, su paciencia y su consejo en Desamparados), compró el inmueble del Jirón Aguarico para que funcione un nido. Recuerdo que cuando ni bien lo pudo ocupar, me invitó junto con Carlos su esposo, a visitar el lugar: era un lugar desolado, me recordaba a la cárcel que había visto en una película (y ahora que recuerdo, a los calabozos de las Comisarías, de lo cual hablaré en otro momento). Rossana me dijo que, cuando los guardianes desocuparon la casa sacaron gran cantidad de basura, y que daba miedo visitar los ambientes del fondo.
Tiempo después visité la casa cuando estaba en obras; y, más adelante, cuando comenzó a funcionar el Nido que lleva por nombre "Mundo Azul". La casa había cambiado: ya no había muerte, había vida, los niños jugaban, bailaban, hacían travesuras, corrían... y vi a Rossana que era feliz porque daba un paso más en su vocación al servicio de la educación de los niños más pequeños.
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La Resurrección de Jesús es el acontecimiento fundamental de nuestra fe: creemos que Él ha vencido a la muerte, y que nosotros participaremos de su victoria.Sin embargo, corremos el peligro de "encerrarlo en la Iglesia" y no verlo en otros lugares: Jesucristo vive, nos hace a nosotros testigos de su Resurrección y nos hace a nosotros "Resucitadores": resucitan muertos aquellos que visitan a los enfermos y ancianos en asilos y hospitales dándoles alegría y consuelo, aquellos que trabajan con quienes están en la cárcel, aquellos que son capaces de transformar inmuebles desolados y le dan vida con la alegría de los niños, aquellos que educan a quienes son difíciles de educar, aquellos que dan aliento a los que sufren, aquellos que les enseñan a los que nadie quiere que ellos son también valiosos para Dios y para el mundo...
Usted, mi amable lector puede recordar muchas cosas más. ¿No ve en ellos la alegría de la Resurrección, de la vida? Eso es lo que celebramos en la Pascua: un Dios vivo, que vive entre nosotros, que nos invita a dar vida.
Quienes trabajan por esa vida, muestran la gloria de Dios que está en la tierra; hacen realidad lo que dijo San Ireneo en el siglo II: "La gloria de Dios es el hombre viviente".
Les invito a escuchar "Luz que vence a la sombra" de Miguel Manzano y José Antonio Olivar.
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