Como les dije, después de
aquella primera experiencia acompañando a “Misiones Universitarias”, me hice el
propósito de regresar, lo que le manifesté a Sor Reynita, Asesora del grupo;
sin embargo me dijo “¿Qué hacías tú por esos sitios si nunca has subido un
cerro?”; “¿Tanto se notaba?”, le respondí; a lo que ella me replicó “Era
evidente”. Me causó mucha gracia el comentario y me dijo que días podía acompañarlos:
ellos estarán diez días, yo solo dos (no podía mas tiempo, ya que los Hermanos
de la Soledad estábamos dando los últimos detalles para la Clausura por el IV
Centenario de la Hechura del Santísimo Cristo del Descendimiento, que veneramos
en nuestro templo).
Mientras alistaba la maleta
la noche del lunes 9 de marzo, mi mamá me hacía algunas advertencias para que
no me contagie del coronavirus (no había forma en ese entonces, pero igual).
Así el martes 10 muy temprano partí a San juan de Lurigancho. Los encontré en
pleno desayuno, Sor Reynita y mis amigos Álvaro (no el niño, sino el estudiante
de ingeniería que también es parte de la Comunidad de San Tarcisio,) Denilphson
y Mateo me recibieron con mucho cariño, me sentí acogido.
La tarea esta vez era subir a
otro cerro y preparar el almuerzo (arroz chaufa) para algunas familias de bajos
recursos económicos; nos dividieron en grupos y al mío (integrado por Denilphson,
Mateo y dos chicas) nos tocó una familia que había perdido su casa en un
incendio días atrás. Mientras íbamos de camino conversábamos sobre la forma en
que se prepararía la comida, con la idea que “las chicas saben cocinar”. La
realidad fue otra: ninguna chica sabía hacer arroz chaufa (quinua si), y cada quien
recordaba vagamente como se preparaba: Por mi parte, hacía casi 30 años que no
preparaba arroz ni en mi casa, pero me acordaba, mas o menos como era, así que
tuve que dirigir la preparación, no sin antes pedir auxilio por teléfono a mi
mamá (fue un milagro poderme comunicar, porque la señal de teléfono no siempre
llega por esos cerros), quien nos dio las indicaciones a Denilphson y a mí.
Gracias a Dios y con el esfuerzo de todos salió un arroz chaufa comestible: almorzamos
con aquella familia, sentados en el suelo, compartiendo su pobreza, sus sueños
y sus esperanzas por superar el incendio de su casa, que había sido reemplazada
por una nueva de material prefabricado. Al igual que la vez anterior baje el
cerro ayudado por Denilphson y Mateo.
Hacia las 2 de la tarde regresamos al local comunal y nos pusimos a jugar “mata gente”, el juego de las sillas, algunos bailes, entre otras actividades, en la canchita del barrio, algunos niños nos acompañaron y fue muy divertido; después de eso un baño y un momento de descanso, que aproveche para conversar con algunos jóvenes, después de todo había ido para acompañarlos. Mientras llegaba la hora de comer Sergio, Víctor, José y Erick me invitaron, con cierto recelo, a jugar “ocho locos” con las cartas, nos divertimos hasta que una chica vino con una escoba a sacarnos del dormitorio para ir a comer y a reunión (creo que se sorprendió cuando me encontró allí), fue gracioso comentar que nos sacaron “a escobazos”.
Hacia las 2 de la tarde regresamos al local comunal y nos pusimos a jugar “mata gente”, el juego de las sillas, algunos bailes, entre otras actividades, en la canchita del barrio, algunos niños nos acompañaron y fue muy divertido; después de eso un baño y un momento de descanso, que aproveche para conversar con algunos jóvenes, después de todo había ido para acompañarlos. Mientras llegaba la hora de comer Sergio, Víctor, José y Erick me invitaron, con cierto recelo, a jugar “ocho locos” con las cartas, nos divertimos hasta que una chica vino con una escoba a sacarnos del dormitorio para ir a comer y a reunión (creo que se sorprendió cuando me encontró allí), fue gracioso comentar que nos sacaron “a escobazos”.
Después de la cena tuvimos
una reunión para compartir experiencias: puedo decir que fue un momento muy
sagrado, porque más de uno abría su conciencia, y la vida de cada uno es tierra
santa, a la que se debe entrar con mucho respeto. Brotaron muchas lágrimas y
también sueños y esperanzas, experiencias de vidas rotas y reconstruidas, de
noches oscuras y días soleados. Detrás de algunos rostros alegres y dinámicos habían
cruces y se anunciaban resurrecciones.
Después de la reunión a
descansar, cada uno tenía una cama de acampar, (no dormimos en el suelo), hacía
calor, pero mejor no desabrigarse; y mientras trataba de conciliar el sueño mi cuñado
me mandaba mensajes al celular “se vienen tiempos difíciles por el
coronavirus, avísale a tu mamá para ir a comprar víveres y algunas cosas más”;
yo solo pensaba que eran mensajes exagerados y apocalípticos; sin imaginarme lo
que vendría después.
Por la mañana rezamos juntos
en un ambiente que funcionaba como capilla, y mientras escuchaba cantar el “Himno
del misionero”: “Vamos a tocar a cada puerta, tenemos una vida que llevar, con
alegría y fe, en un nuevo amanecer…” (perdonen si no recuerdo bien la
letra), se me hacía un nudo en la garganta, como les dije otra vez, soy muy
llorón.
Ese día compartí el desayuno
con Sergio y con David, un joven que participa en política en las filas del
partido Acción Popular, con quien tuve una conversación interesante, pero quedó
inconclusa. Después de eso a limpiar y poner en orden la casa (regresaban al
día siguiente muy temprano para irse de Ejercicios Espirituales antes de comenzar
el semestre), mientras íbamos realizando nuestras tareas comenzaban a llegar
las noticias: se suspendía el inicio del año escolar y estaba en veremos las clases
universitarias, la clausura de Año Jubilar por el IV Centenario de la Hechura
del Cristo del Descendimiento corría peligro de suspenderse. Por mi parte debo
confesar que, como suele suceder en experiencias como esta, dormí mal, y llegué
a la conclusión que ya no tengo físico para irme de campamento como hacía en
mis buenos tiempos con los Acólitos de Desamparados, se lo comenté a Mateo y me
preguntó inquieto “¿Ya no piensas volver?”, yo le dije que sí, pero
pensaba “Dos días son cortos, debería venir tres”.
Después del almuerzo me
despedí de todos con el corazón muy agradecido por haber compartido con ellos,
Erick me acompañó a tomar el colectivo y regresé a casa, donde encontré que
habían comprado víveres como si fuera a venir una guerra. Esa noche los misioneros
tuvieron su comida de despedida, y una pequeña celebración, muy agradecidos con
las señoras del local del “Vaso de leche” que los acogieron durante esos días;
por mi parte grabé un video, desde la sacristía de la iglesia de la Soledad
(cuyo arreglo estaba casi terminado), agradeciéndoles por la acogida.
Aquella experiencia fue casi
una “despedida” del mundo: se declaraba el estado de emergencia, se suspendían
clases, se suspendió a última hora los Ejercicios Espirituales de los jóvenes
del CAPU, el viernes se canceló la Procesión y la Misa en la Catedral por el “Año
Jubilar”, el domingo tuvimos la misa en la Soledad y esa noche se decretaba el “Aislamiento
social obligatorio” que terminó ayer, después de tres meses y medio.
Escribo estas líneas con un
corazón agradecido a Sor Reynita Vilchez que me dio la oportunidad de acompañarlos,
a pesar de que soy miedoso para subir cerros; a los chicos y chicas de “Misiones
Universitarias”, en especial a Álvaro, Denilphson, Mateo, (gracias por ayudarme
a bajar el cerro, sino fuera por ustedes me habría dado algún golpe) David (tenemos
pendiente una conversación), Sergio, Víctor, José, Erick (está pendiente otro
juego de cartas); gracias a todos porque siendo un “misionero de escritorio” y
trabajar en otra área del CAPU, me sentí parte de su familia y de su historia;
y he sido testigo del “Paso del Señor” por la vida de ustedes.
Gracias por tanto bien
recibido y espero compartir de nuevo con ustedes otra experiencia tan enriquecedora
como esta.
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