Cuando muere alguien siempre solemos reflexionar acerca de nuestra condición mortal, del sentido de la vida, de si hay vida después de la muerte, etc.
En las últimas dos semanas sufrimos la perdida de dos tíos maternos: mis tíos Julio y Arcesio, ambos hermanos de mi mamá, justo en los días en que mi mamá era operada para tratarse un melanoma (cáncer) en el ojo. Como comprenderán fueron días difíciles, no salíamos de una para entrar en otra. Gracias a Dios mi mamá está bien físicamente, pero sufrió mucho por la muerte de sus dos hermanos.
Mi tío Julio nos acompañó mucho durante nuestra niñez y adolescencia, con él fuimos a muchos sitios de paseo, de viaje a Huaraz, nos hemos divertido mucho. Recuerdo cuando cantaba: "Si la rata me dijera..." o algunas canciones para fastidiarnos; o cuando, cada vez que le pasaba un carro mientras el manejaba, decía: "Pasa, pasa calavera de chacra". Siendo ya mayor formó su familia y dejamos de frecuentarnos, aunque de cuando en cuando nos visitaba o nos veíamos en reuniones familiares. La vida no lo trató bien y la muerte llegó después de un cáncer al cerebro que lo tuvo postrado alrededor de seis meses.
Mi tío Arcesio era médico en Comas. Era militante activo del Apra y muy comprometido con el partido (lo cual no significa que la familia comulgue con esas ideas políticas), a tal punto que fue Alcalde de Comas en la década de 1960 y Regidor de Lima cuando Jorge Del Castillo fue Alcalde de esta ciudad. Es más, muchos no saben que mi tío Arcesio fue quien le regaló el terno a Alan García para juramentar en su primer gobierno. Era un hombre muy generoso, un médico entregado a su gente, el "Médico de los pobres" como lo llamaban, disponible cualquier día, a cualquier hora, para cualquier persona. Alejado de la vida política y de la actividad profesional murió como consecuencia de una insuficiencia renal.
Dos hermanos, dos vidas.
Cuando murió mi tío Julio tuve que dirigir y preparar el funeral (mi mamá lo había asegurado en el CAFAE del Ministerio de Educación y, como estaba a punto de ser operada, no podía hacer las gestiones ella misma, así que me delegó esta tarea) acompañando y ayudando a mis primos (los menores de toda la familia Guillén), con la ayuda de otros familiares. Allí pude comprobar lo que ya antes sospechaba por los comentarios de mi mamá en situaciones similares: cuando una persona muere no hay mucho tiempo para llorar, hay que hacer gestiones, preparar documentos, asentar la partida de defunción en la RENIEC, avisar a la familia, contratar funeraria y, sobretodo, tener dinero para pagar los gastos de la última enfermedad y los gastos del funeral. Y si no hay quien ayude estamos perdidos, y no falta gente que, aprovechándose de estas circunstancias, buscan sacar plata por donde sea, sin importar el dolor o la desesperación de la familia. Por otro lado, la experiencia de recoger el cuerpo del difunto del mortuorio de un hospital y amortajarlo es también dolorosa. Mi tío murió en el Hospital Loayza y el mortuorio de dicho nosocomio es realmente desagradable: al fondo del hospital, cerca de construcciones y desmonte, con una puerta a la calle que se asemeja a un callejón, el olor irrespirable... Aunque no tuve que amortajar el cadáver tuve que entrar al mortuorio para hacer una primera oración por mi tío quien yacía cerca a otros difuntos. Y después el velorio, los preparativos para el sepelio, las exequias... Valgan verdades cuando muere un ser querido se necesita de la solidaridad de la familia, no solo para acompañarnos en el dolor, sino para trabajar y hacer gestiones, y organizar todo, porque los deudos ya tienen bastante con el dolor que sufren como para estar pendientes de hacer documentos y trámites en poco tiempo. En ese sentido, tengo mucho que agradecer a mis primos que han ayudado con los trámites, el amortajamiento del difunto, el aviso a la familia (que no son pocos), el servicio del tradicional café, el traslado del sacerdote que dio el responso, la organización del sepelio. Como ven, hubo mucho trabajo.
En la muerte de mi tío Arcesio tuve que representar a mi mamá (quien no podía asistir porque hacía pocos días que había salido del hospital). Antes de partir al cementerio dirigí una oración en la que estuvieron presentes Jorge Del Castillo y Lourdes Flores Nano. Allí les decía que la muerte es el acontecimiento mas religioso que hay, cada quien puede ser creyente "a su manera", agnóstico, ateo; pero ante la muerte nos encontramos "cara a cara" con Cristo, nos enfrentamos a la verdad, somos interpelados por Cristo, y delante de Él ¿se puede seguir siendo agnóstico, ateo, o creer "a mi manera", se puede seguir pensando igual? Yo creo que, frente a la muerte, y frente a la verdad que es Cristo, solo nos queda dejarnos acoger por Él y volver hacia Él que nos espera con los brazos abiertos en la confesión y en la Comunión.
Cuando terminó el funeral de mi tío Arcesio el Domingo pasado, algunos familiares que viven fuera de Lima pasaron por mi casa para visitar a mi mamá antes de volver a sus actividades. La vida continua, y hoy en día ya no se hacen tantos días de duelo como en tiempos de mi abuela. Ya no estamos en tiempos de quedarnos en casa para llorar al difunto durante ocho días, con plañideras incluidas. La vida moderna tiene exigencias y las costumbres van cambiando.
La muerte de mis tíos Julio y Arcesio han sido experiencias de dolor, de solidaridad, de fe. Experiencias muy humanas, en las que Dios se hace presente de un modo muy cercano y en las que hay que abrir los ojos de la fe para ver el "paso del Señor" en estos momentos cruciales de nuestra vida.
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