Quizás por el hecho de que la Primera Comunión fue la experiencia que ha marcado una frontera en mi vida en un “antes” y un “después de Cristo” (mas bien diría “con Cristo”); es que la preparación para la Confirmación no tuvo el impacto que he visto que tiene para muchos jóvenes; pues para mi el encuentro fuerte con Cristo fue el día en que comulgué por primera vez (30 de Diciembre de 1979) a los 10 años, y mi Confirmación (cuyo proceso tuvo sus dificultades), no era sino reafirmar algo que ya había confirmado (valga la redundancia) en mi Primera Comunión. Por ello siempre que he podido le he puesto mi cuota de espiritualidad y de entusiasmo personal a los niños a quienes he acompañado en su preparación para la Primera Comunión: el encuentro con Jesús se puede dar cuando aun somos niños y tenemos un corazón capaz de encariñarse con Él para siempre, hasta el final.
El pasado Viernes 7 de Octubre alrededor del 100 jóvenes de mi Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados salieron a hacer su retiro de Confirmación. Bueno a la hora de salida las clásicas escenas de mamás (y también papás) despidiendo a sus hijos, algunos de forma muy emotiva (parecía que se iban a un largo viaje), de muchachas se iban por tres días pero llevaban una maleta que mas parecía una mudanza. Nada que no haya visto antes.
Tuvieron dos días completos de trabajo intenso: charlas, dinámicas, oración, reflexión, compartir, lágrimas (por siaca: un retiro no es una bomba lacrimógena: su éxito no está en función de cuanto uno llore). El Domingo 9 regresaron del retiro. Después de acolitar la Misa de 6.00 p.m. en la iglesia de San Pedro de Lima, salí “volando” hacia Desamparados para saludarlos (“Manuel, ¿te vas volando en tu escoba?”; “No, en mi alfombra”). Llegue minutos antes de que comiencen a ir a sus casas. Poco antes habían estado cantando y bailando en el salón parroquial después de haber participado en la Santa Misa. Los vi contentos, cansados, con sueño y animados. Me dio gusto saludar a varios de ellos que son o han sido acólitos que he formado.
Algunos de estos jóvenes acólitos me han dicho: “Manuel: ¡he encontrado a Cristo!”. Yo les he dicho “No es así. A Cristo lo has encontrado hace rato, sino no serías Acólito. Lo que pasa es que ahora le has hecho caso”. Y es que Jesús sale a nuestro encuentro y puede ocurrir que, como los discípulos de Emaus, no nos damos cuenta que Él camina con nosotros, nos sonríe, nos acompaña, nos hace arder el corazón, pero no lo reconocemos; es después cuando nos abre los ojos de la fe y decimos “Era verdad, el Señor estaba aquí”. Un retiro es una experiencia fuerte de Dios, que toca y remueve el corazón. Uno se ve “cara a cara” con Cristo, le habla, se encariña y se entusiasma con Él. Uno se llena de alegría y de buenos propósitos.
Pero hay que volver a la realidad: la casa con sus alegrías y problemas; los estudios y el trabajo, allí de donde salimos; allí donde parece que Dios se esconde… La vida nos vuelve a absorver. Y es allí donde el entusiasmo y los buenos propósitos del retiro pueden comenzar a disolverse. “Flor de un día”, dirán algunos. Cuando pienso en eso, me vienen a la memoria los sentimientos de esperanza que tenía el P. Miguel Marina, S.J., un santo sacerdote jesuita fallecido en 1995 (de quien me dijeron que sería el Director Espiritual ideal para mi, si no fuera porque su salud estaba muy deteriorada): él daba retiros a mucha gente (entre ellos policías) y le decían si es que no temía que la vida se “trague” a sus ejercitantes y eche por tierra el trabajo que el hacía dándoles retiros; él, les respondía que “al menos les hemos dado tres días de Jesucristo en la vida”; y es que el P. Marina sabía muy bien que él sembraba y que Dios, a su tiempo hará germinar la semilla y producirá frutos. Por eso, aunque quizás en algún tiempo estos jóvenes ya no tengan el entusiasmo con el que volvieron de su retiro, yo sé que el Señor hará su obra. Y Jesús nunca fracasa.
Al escribir estas líneas se me viene al corazón el rostro de André, Guillermo, Leonardo, Bruno, Johnny, Christian, Gianpierre, Diego, Piero André, Ignacio y Piero Fernando. Los veo cansados y contentos. Los menciono porque a ellos los he formado como Acólitos y les he hablado de Jesús con el alma. Quizás con alguno he sido mas serio y exigente que con otros. Y desde aquí rezo por ellos y con ellos; porque tengo la plena seguridad de que lo sembramos en ellos un día dará frutos, como en la parábola del Evangelio. Aunque quizás ya no esté para verlo.
1 comentario:
Estimado Manuel, me siento Felíz al leer tus comentarios y mencionar al Padre M. Marina en realidad es un Santo, también fue mi guía por poco tiempo un par de años tal vez, por que se fue a la presencia del Señor. El Sábado pasado estuve con él, voy siempre a Huachipa.
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