Cada año la Iglesia
Católica celebra los Misterios de la Muerte y Resurrección de Jesucristo en la
denominada Semana Santa. El corazón de todos estos días (y también del Año
Litúrgico católico) lo constituye el Triduo Pascual de la Muerte Sepultura y
Resurrección del Señor.
En las siguientes
líneas trataremos de explicar el sentido de cada uno de estos días, a fin de
conocer mejor nuestra liturgia.
Ante todo, debemos
partir de que, un Triduo, lo constituyen tres días de celebración, en el caso
del Triduo Pascual lo constituyen el Viernes Santo de la Muerte del Señor, el
Sábado Santo de la Sepultura del Señor y el Domingo de Pascua de la
Resurrección del Señor, constitución que viene desde los primeros siglos de la
Iglesia (San Agustín llamará a estos días el Triduo del Crucificado, Sepultado
y Resucitado). Hasta hace muy poco se consideraba al Jueves Santo como parte de
este Triduo; sin embargo, la Iglesia, siguiendo a la antigua tradición
considera al Jueves Santo como el último día de la Cuaresma (antiguamente era
el día en que se reconciliaban a los penitentes); y la tarde o noche del Jueves
Santo es la “Introducción al Triduo”
(algo así como las “Primeras Vísperas”).
JUEVES SANTO:
Cono ya dijimos, la
celebración de la tarde o noche del Jueves Santo es la “Introducción al Triduo
Pascual” (cabe señalar que la Misa
Crismal, que se celebra en las catedrales el Jueves Santo en la mañana no forma
parte del Triduo, sino de la Cuaresma). En esta noche se tiene la Celebración de
la Cena del Señor, que es la conmemoración de la Institución de la Eucaristía,
del Sacramento del Orden y del mandato del Señor de amarnos mutuamente, todo
esto en la noche en que el Señor fue entregado a su Pasión.
Las lecturas de la
Misa nos presentan tres aspectos de esta celebración:
- La Cena Pascual de los Judíos (Éxodo
12, 1-8. 11-14). Este pasaje nos da el contexto en el cual Jesús celebró la Última
cena y se ofrece como el verdadero Cordero Pascual.
- El relato de la Última Cena: (1
Corintios 11, 23-26) es el texto más antiguo que nos habla de la Eucaristía.
San Pablo nos presenta a esta celebración como el memorial de la muerte del
Señor hasta que vuelva.
- El lavatorio de los pies (Juan 13,
1-15). San Juan pone este relato como el comienzo de la “Hora” de Jesús, donde
amando a los suyos hasta el extremo deja el encargo de amar y servir.
Dentro de la Misa
de esta noche hay elementos extraordinarios que nos llaman la atención:
- El lavatorio de los pies: en la
cual el sacerdote, repitiendo el gesto de Jesús, lava los pies a doce personas
de la comunidad, para indicar que está al servicio de sus hermanos (recordemos
que entre los judíos el lavar los pies a los invitados era un gesto de
hospitalidad que no lo hacía el dueño de casa sino el sirviente o el esclavo).
- El Traslado del Santísimo al
Monumento: Terminada la comunión y dicha la oración final se inciensa el
Santísimo y se le traslada en procesión hasta una capilla adornada donde
permanece en Reserva Solemne hasta la medianoche (en que comienza el Viernes
Santo). El nombre de “Monumento” tiene su origen en una simbología que veía al
lugar de la reserva como “Monumento Sepulcral de Cristo”. En realidad se trata
de reservar el Cuerpo de Cristo para la Comunión del Viernes Santo, y aunque
entre nosotros los Monumentos son capillas adornadas con mucha elegancia, la
Iglesia nos invita a ser sobrios
- La denudación de los altares:
Terminada la Misa se desnuda el Altar, dejándolo sin luces, ni flores, ni
manteles. Tiene su origen en una tradición antigua en que los días en que no
había Eucaristía se despojaba de todo al altar, como el Viernes Santo no hay
Misa se procede a quitar y guardar manteles y candelabros. En la Edad Media se
vio en este gesto una simbología de Cristo despojado de sus vestiduras.
Que, en este día, los textos bíblicos y los gestos litúrgicos nos animen a contemplar el gesto de entrega de Jesús: entrega a sus discípulos a quienes sirve como el último de los esclavos, entrega de su vida por nuestra salvación, entrega de su Cuerpo y su Sangre como memorial de su muerte y resurrección y presencia real y permanente en la Iglesia.
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