Es el día de la
sepultura del Señor. Es la experiencia del vacío, la soledad: cuando muere
algún miembro de la familia “se nota su ausencia”. El Señor esta sepultado, no
esta, no hay sacramentos, ni Eucaristía (excepto como Viático).
Pese a que no hay
Misa, la Iglesia celebra la Liturgia de las Horas y recomienda el ayuno,
mientras espera la Resurrección del Señor.
Hay una confusión
al llamar a este día “Sábado de Gloria”: pienso que la razón de este nombre se
debe a que hasta la primera mitad del siglo XX los oficios equivalentes a
nuestra Vigilia Pascual se celebraban en la mañana del Sábado Santo
anticipándose la Resurrección del Señor. Con la restauración de la Semana Santa
en la década del cincuenta el Sábado Santo recuperó su antiguo significado: ser
el día de la sepultura del Señor y no de la Resurrección, más aún, si tenemos
en cuenta que la Vigilia Pascual (que
celebramos en la noche del Sábado), no
es la celebración del Sábado Santo, sino la primera celebración del Domingo de
Pascua de Resurrección.
Oremos en silencio junto a la tumba de Jesús y acompañemos a María en el misterio de su Soledad.
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