Con la bendición y procesión de los ramos hemos dado
inicio a la Semana Santa. Son unos días muy intensos, el corazón del Año
litúrgico, con celebraciones y tradiciones ricas en simbolismo. Son también días de mucho trabajo para los sacerdotes
(que tienen que atender las confesiones de los fieles), para los encargados de
liturgia (que tienen que hacer muchos preparativos); y también para las
Cofradías y Hermandades que tienen como
titulares a Cristo en su Pasión y a nuestra Madre Dolorosa.
Hemos oído en la bendición de los ramos como Jesús
entra en Jerusalén aclamado por la gente sencilla que había acudido para la
fiesta de la Pascua. Las palmas, en la iconografía cristiana, son el símbolo
del triunfo que se obtiene después de la muerte por causa del Evangelio, de
allí que los mártires son representados vestidos de blanco con palmas manchadas
de sangre en las manos; el olivo simboliza la paz, y con sus ramas se coronan a
los vencedores, tal como vemos en las Olimpiadas. Aclamamos a
Cristo con palmas y olivos como un anticipo de su resurrección.
Pero para llegar a la resurrección, para que la vida
triunfe sobre la muerte, es preciso enfrentar a la misma muerte. San Pablo, en
la Carta a los Filipenses, nos recuerda como Cristo, siendo Dios, por nosotros se
hace hombre, y se somete a la muerte. La Pasión que hemos escuchado, nos relata
como fue esa “una muerte de cruz”: violenta, humillante, dolorosa… Una Pasión ante
la cual Jesús le pide a su Padre, “a gritos y con lágrimas”, que, si es
posible, le libre de esa hora difícil. Una Pasión que llega a tal grado de
abandono y sufrimiento que hace al Hijo de Dios sentirse abandonado por todos,
al punto de gritar, como muchos lo han hecho en las horas difíciles “¡Dios mío,
Dios mío ¿Por qué me has abandonado?!”
Pero ese abandono y esa muerte no fueron la ni
última ni la definitiva palabra de Dios. Jesús se somete a la muerte “y por eso
Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre sobre todo nombre”, nos ha
dicho la carta a los Filipenses: después de enfrentarse a la muerte Jesús
resucita y destruye las cadenas de la muerte. La vida vence a la muerte ¡Esta
es la palabra definitiva de Dios! Y nosotros estamos llamados a esa vida con
Cristo.
Celebremos esta “Semana Mayor” con espíritu de
recogimiento. ¡Qué no se ahogue nuestro espíritu de
oración! ¡Qué tengamos tiempo para orar y estar con Cristo, acompañándolo en su
Pasión! Y que, después de haberlo acompañado en su Pasión y muerte, le
acompañemos y le sigamos, también, en la gloria de la resurrección.
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