San Ignacio escribió, después de una experiencia espiritual en Manresa, los “Ejercicios Espirituales”, que son una escuela de oración para conocer lo que Dios quiere del ejercitante, a través de una serie de meditaciones y contemplaciones divididas en cuatro partes o “semanas”. Les invito a visitar http://www.jesuitasperu.org/ y revisar lo referente a los Ejercicios Espirituales y, por supuesto a hacerlos en cualquiera de sus modalidades.
Pues bien, al comienzo de la “Segunda Semana”, a fin de entusiasmarnos en el seguimiento de Jesucristo, San Ignacio nos propone la meditación de la “Parábola de la llamada del Rey” que consiste en lo siguiente: “Poner delante de mí un rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos hombres cristianos… mirar cómo este rey habla a todos los suyos, diciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos… considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano: y, por consiguiente, si alguno no aceptase la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero.” (EE Nº 92-94) Y luego de habernos entusiasmado con esta parábola (escrita en el siglo XVI, en la época de las novelas de los caballeros andantes como “Don Quijote de la Mancha”), San Ignacio nos pide aplicarla a Cristo que nos invita a construir su Reino: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE. Nº 95). La meditación de estos puntos nos llevará a ofrecernos a trabajar por el reino de Cristo.
Pero como estamos en el siglo XXI, y ya no hay caballeros andantes y los pocos reyes que quedan “reinan pero no gobiernan”, y teniendo en cuenta que a muchos les gusta el Fútbol, les propongo una versión de esta parábola ignaciana, a ver que les parece:
Imaginarnos a nuestro equipo de fútbol favorito (“U”, Alianza, etc.), del que somos hinchas incondicionales, en el que siempre hemos querido jugar; y que el jugador estrella de ese equipo (el que siempre hemos admirado y hemos querido conocer) nos convoca y nos dice: “se viene un Gran Campeonato y yo les invito a jugar en mi equipo; y quien quiere venir al equipo debe entrenar conmigo, jugar como yo, vestir la misma camiseta; yo les aseguro que si hacen esto nos llevamos la copa y la medalla de oro”. Estoy seguro que si nos proponen esto (no importa la edad y la condición) aceptaríamos sin pensarlo dos veces. Y llenos de entusiasmo iríamos al Equipo para ser los titulares; no aceptaríamos ser los suplentes, ni los “recoge bola”, ni los “aguateros” y menos la “mascota del equipo”.
¿Les gustó la parábola? ¿Aceptarían ir al Equipo? ¿No quisieran ustedes recibir la medalla de oro y tener en sus manos la Copa del mundo que tuvieron los jugadores italianos en el último mundial de Fúlbol? Ahora, si somos capaces de entusiasmarnos por un equipo de fútbol ¿no podríamos hacer más por Cristo? Jesús nos llama a jugar en su equipo para conquistar el corazón de la humanidad y construir su reino de justicia, de amor y de paz, ese mundo de hermanos que nos propone en el Evangelio. Y quien quiere jugar en su equipo, quien quiere ser cristiano, ha de actuar como él, entrenar con el, ser como él y, sobretodo, jugar duro, sin importar cual sea su lugar en el equipo; aquí no hay suplentes, ni recoge bolas, ni aguateros, ni mascotas, todos somos titulares, nadie puede tener un rol secundario o insignificante en este equipo. ¡Qué grandes santos seríamos si, como los deportistas que se entregan por su equipo, nosotros trabajásemos por el reino de Dios, o fuésemos hinchas de Jesucristo!
Esta parábola la vengo reflexionando desde hace varios años y la he compartido en varias ocasiones, sobretodo con los acólitos de la parroquia de Desamparados y con los niños que van a hacer la Primera Comunión.
Como San Ignacio, pidamos no ser sordos a la llamada a jugar en el equipo, que nos alegre y nos entusiasme la idea de ser del Equipo de Jesús, de jugar con él y como él, cada uno con su forma de ser, con los dones que Dios nos dio. Y, aunque hayan autogoles y cabezazos (como los que vimos en la final del Mundial Alemania 2006), si ponemos todo nuestro empeño tendremos el premio que Dios nos promete: compartir para siempre la gloria de su Hijo Jesucristo.
¿Aceptan la invitación?
Pues bien, al comienzo de la “Segunda Semana”, a fin de entusiasmarnos en el seguimiento de Jesucristo, San Ignacio nos propone la meditación de la “Parábola de la llamada del Rey” que consiste en lo siguiente: “Poner delante de mí un rey humano, elegido de mano de Dios nuestro Señor, a quien hacen reverencia y obedecen todos los príncipes y todos hombres cristianos… mirar cómo este rey habla a todos los suyos, diciendo: Mi voluntad es de conquistar toda la tierra de infieles; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc.; asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche, etcétera; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como la ha tenido en los trabajos… considerar qué deben responder los buenos súbditos a rey tan liberal y tan humano: y, por consiguiente, si alguno no aceptase la petición de tal rey, cuánto sería digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero.” (EE Nº 92-94) Y luego de habernos entusiasmado con esta parábola (escrita en el siglo XVI, en la época de las novelas de los caballeros andantes como “Don Quijote de la Mancha”), San Ignacio nos pide aplicarla a Cristo que nos invita a construir su Reino: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria” (EE. Nº 95). La meditación de estos puntos nos llevará a ofrecernos a trabajar por el reino de Cristo.
Pero como estamos en el siglo XXI, y ya no hay caballeros andantes y los pocos reyes que quedan “reinan pero no gobiernan”, y teniendo en cuenta que a muchos les gusta el Fútbol, les propongo una versión de esta parábola ignaciana, a ver que les parece:
Imaginarnos a nuestro equipo de fútbol favorito (“U”, Alianza, etc.), del que somos hinchas incondicionales, en el que siempre hemos querido jugar; y que el jugador estrella de ese equipo (el que siempre hemos admirado y hemos querido conocer) nos convoca y nos dice: “se viene un Gran Campeonato y yo les invito a jugar en mi equipo; y quien quiere venir al equipo debe entrenar conmigo, jugar como yo, vestir la misma camiseta; yo les aseguro que si hacen esto nos llevamos la copa y la medalla de oro”. Estoy seguro que si nos proponen esto (no importa la edad y la condición) aceptaríamos sin pensarlo dos veces. Y llenos de entusiasmo iríamos al Equipo para ser los titulares; no aceptaríamos ser los suplentes, ni los “recoge bola”, ni los “aguateros” y menos la “mascota del equipo”.
¿Les gustó la parábola? ¿Aceptarían ir al Equipo? ¿No quisieran ustedes recibir la medalla de oro y tener en sus manos la Copa del mundo que tuvieron los jugadores italianos en el último mundial de Fúlbol? Ahora, si somos capaces de entusiasmarnos por un equipo de fútbol ¿no podríamos hacer más por Cristo? Jesús nos llama a jugar en su equipo para conquistar el corazón de la humanidad y construir su reino de justicia, de amor y de paz, ese mundo de hermanos que nos propone en el Evangelio. Y quien quiere jugar en su equipo, quien quiere ser cristiano, ha de actuar como él, entrenar con el, ser como él y, sobretodo, jugar duro, sin importar cual sea su lugar en el equipo; aquí no hay suplentes, ni recoge bolas, ni aguateros, ni mascotas, todos somos titulares, nadie puede tener un rol secundario o insignificante en este equipo. ¡Qué grandes santos seríamos si, como los deportistas que se entregan por su equipo, nosotros trabajásemos por el reino de Dios, o fuésemos hinchas de Jesucristo!
Esta parábola la vengo reflexionando desde hace varios años y la he compartido en varias ocasiones, sobretodo con los acólitos de la parroquia de Desamparados y con los niños que van a hacer la Primera Comunión.
Como San Ignacio, pidamos no ser sordos a la llamada a jugar en el equipo, que nos alegre y nos entusiasme la idea de ser del Equipo de Jesús, de jugar con él y como él, cada uno con su forma de ser, con los dones que Dios nos dio. Y, aunque hayan autogoles y cabezazos (como los que vimos en la final del Mundial Alemania 2006), si ponemos todo nuestro empeño tendremos el premio que Dios nos promete: compartir para siempre la gloria de su Hijo Jesucristo.
¿Aceptan la invitación?
Nota: Este artículo lo publiqué en el Boletín Parroquial de Desamparados, a pocos días de finalizado el mundial de Alemania 2006. Hoy lo vuelvo a publicar para celebrar que, por primera vez en mis 40 años de vida, he podido hacer 2 goles al jugar fulbito con los acólitos de mi parroquia.
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