El Viernes Santo, Primer día del Triduo Pascual, es el
día sagrado por antonomasia. Es el día de la Muerte de Jesús. Miles de fieles
seguirán recorriendo los templos de este Centro Histórico de Lima, visitando
iglesias y acompañando al Señor de los Milagros que se dirige a la Catedral
para los Oficios del Viernes Santo. Al mediodía en la Basílica Catedral y en
las iglesias San Pedro, San Francisco, Santo Domingo y la Merced se tendrá el
Sermón de las Siete Palabras de Jesucristo en la Cruz.
Aquí en la Soledad, al igual
que el Jueves Santo, es día de intenso trabajo. Miles de peregrinos que
recorren los templos visitarán el Monumento, que solo estará alumbrado por una
sola vela. Mientras tanto, los hermanos vamos ultimado los preparativos para
los Oficios litúrgicos y la Procesión de Penitencia.
Según una antigua tradición
de la Iglesia no se celebra la Misa ni el Viernes ni el Sábado Santo.
A las 3 de la tarde tendremos
la Celebración de la Pasión del Señor.
Después de orar en silencio, con el Sacerdote y los ministros postrados en
tierra en señal de dolor, se proclamará el Cuarto Cántico del siervo de Yavé,
conmovedor texto en el que la Iglesia ve retratado casi fotográficamente, la
Pasión de Jesús:
“Maltratado, voluntariamente se humillaba
Y no abría la boca:
Como un cordero llevado al matadero,
Como oveja ante el esquilador
Enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia se lo llevaron.
¿Quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
Por los pecados de mi pueblo lo hirieron,
Le dieron sepultura con los malvados,
Aunque no había cometido crímenes
Ni hubo engaño en su boca[i]”.
Después, la Pasión según san
Juan, reservada para este día, nos narrará con una solemnidad impresionante, la
muerte de Jesús, que entrega su vida sereno, en paz; que cumple hasta el final
la voluntad del Padre, que muere a la hora del sacrificio del Cordero Pascual,
que nos deja a su Madre: “Ecce Mater tua”.
Un momento muy especial de
este celebración, lo constituye la adoración de la Cruz. Poco a poco, se irá
descubriendo en el altar mayor la imagen del Cristo del Descendimiento.
“Mirad el árbol de la Cruz
Donde estuvo clavada la salvación del mundo”
Vean a Cristo crucificado,
desnudo, ensangrentado…
Véanlo, no con la cabeza a
un costado, como se ve en los crucifijos, sino con la cabeza agachada, como
quien esconde su rostro. Al verlo así, recuerdo el poema “Mi Cristo roto” del
P. Ramón Cue, S.J.: Jesús, en la Cruz da la cara por nosotros ante su Padre y
agacha la cabeza como quien se siente culpable por nuestros pecados.
Da la cara por ti y por mí,
Por los que están en este
templo y por los que están afuera,
Por los santos y por los
pecadores,
Si, por esos que están
embarrados con el pecado del mundo,
Los que todo el mundo conoce,
Y los que se esconden de la
manera más sofisticada,
Da la cara por los pecadores
públicos,
Y por los pecadores
escondidos, que aparentamos ser justos y santos.
“Como muchos se espantaron de él
Porque desfigurado no parecía hombre,
Ni tenía aspecto humano”[ii]
Eso es lo que hace el pecado
en el Hijo de Dios, y en los hijos de Dios: desfigurarnos, hacernos espantosos,
destruir la imagen de Dios en nosotros.
Y eran nuestros pecados los
que Él llevaba…
Nos acercaremos a “adorar”
la Cruz. Valga la aclaración de que, cuando hablamos de “adoración” no nos referimos a considerar al crucifijo como si fuera
Dios, sino más bien, como señala etimológicamente las palabras “ad ore”, es llevar a la boca, besar. Nos
acercamos a besar a Cristo en la Cruz.
En ese momento un canto, que
quizás pasa desapercibido, nos debería revolver el corazón: son los improperios
que la Iglesia pone en boca de Cristo:
“Pueblo mío, que te he hecho
En que te he ofendido. Respóndeme
Yo te guie cuarenta años por el desierto
Te alimenté con el maná
Te introduje en una tierra excelente.
Tú preparaste una cruz para tu salvador.
¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como viña mía
Escogida y hermosa,
Que amarga te has vuelto conmigo,
Para mi sed me diste vinagre
Con la lanza traspasaste el costado a tu Salvador”[iii]
Te acompañé mientras crecías,
Te di tantos bienes
Salí en tu ayuda en tus
dificultades…
Y tu has preparado una Cruz
para tu salvador,
Me diste vinagre, en lugar
de cariño,
Me traspasaste el costado,
me abriste el corazón
Y me cerraste el tuyo.
Y sin embargo, te sigo
queriendo como la primera vez,
Te espero aquí
Con los brazos abiertos,
Para acogerte cuando me
necesites.
Y a pesar de tu pecado y tu
ingratitud, no te abandonaré.
Acerquémonos a besar a
Cristo puesto en Cruz. Quizás lo hagamos con vergüenza, con la cabeza gacha, con
lágrimas en los ojos.
Y, al contemplar a Jesús
Crucificado, hagamos un coloquio, un diálogo con Él, preguntándonos
Que hice por Cristo
Qué hago por Cristo
Que haré por Cristo
Y viéndole así, colgado en
la cruz, dejar que hable el corazón.[iv]
Concluida la celebración
litúrgica, hacia las 4 de la tarde, tendremos la Ceremonia del Descendimiento, según el rito que se emplea en la Basílica
del Santo Sepulcro en Jerusalén, más sobrio y más solemne que el que vemos en
otras partes del Perú.
Con la “vista imaginativa” nos
ubicamos en el Calvario, en el momento del descendimiento de Jesús: Cofrades y Priostes
desclavan y bajan de la cruz al Santísimo Cristo del Descendimiento, lo
recibimos los Oblatos en las gradas del altar, lo colocamos sobre una sábana y
el sacerdote lo perfuma con nardo, romero y yerbas aromáticas, para después
honrarlo con incienso de Jerusalén.
Y mientras se oye el “Christus factus est” se colocará al
Cristo del Descendimiento en su paso procesional, se ordenarán las filas de acólitos,
manolas, nazarenos y penitentes, y comenzará la procesión penitencial más
grande y solemne de esta Ciudad de Lima.
A
las 5.30 p.m. saldrá de esta iglesia de la Soledad la Procesión de Penitencia, encabezado por una cruz de madera de color
negro, adornada con cantoneras de plata y, en el centro, el corazón traspasado
de María.
Luego, precedido por dos
acólitos turiferarios, el paso del Santísimo Cristo del Descendimiento,
adornado con flores y velas de color rojo.
¡Cuánto respeto nos causa la
muerte!
Cristo yacente, ya no
hablas, yaces destrozado,
Como tantos hermanos tuyos víctimas
de la violencia, del odio que destruye vidas, de la maledicencia que destruye
honras y deja postrados en el suelo.
Te acompañamos mientras
recorres esta ciudad. Algunos te mirarán con curiosidad, otros se identificarán
contigo y unirán su dolor al tuyo.
Cristo
yacente, tócanos el corazón.
“Pues
hoy derrama noche el sentimiento
por todo el cerco de la lumbre pura,
y amortecido el sol en sombra oscura,
da lágrimas al fuego, y voz al viento;
pues de la muerte el negro encerramiento
descubre con temblor la sepultura,
y el monte, que embaraza la llanura
del mar cercano, se divide atento,
de piedra es hombre duro, de diamante
tu corazón, pues muerte tan severa
no anega con tus ojos tu semblante.
Mas no es de piedra, no; que si lo fuera,
de lástima de ver a Dios amante,
entre las otras piedras se rompiera.”[v]
Después del Palio de
Respeto, el Estandarte de la Cofradía, y el “Senatus”, viene el cortejo de manolas que llevando peineta alta,
mantilla negra y portando un cirio, acompañan la procesión. Aún recuerdo que,
cuando era niño, las damas se vestían de negro para los funerales y, años más
tarde, veía a señoras de luto, velando al Santísimo Sacramento la tarde del
Viernes Santo. A alguno le extrañará verlas vestidas así, porque cada vez se
emplea menos. Sin embargo el color negro sigue siendo un signo elocuente de
dolor entre nosotros.
A continuación viene el
tramo de penitentes y nazarenos, con el rostro cubierto por un capirote negro,
para no ser descubiertos, como quien se siente responsable de la muerte del
Hijo de Dios, del dolor de su Madre que viene detrás de ellos. Los penitentes
caminan portando una cruz en los hombros, como penitencia, haciendo suyas las
palabras del Maestro: “El que quiera
venirse conmigo, que tome su cruz y me siga”. Los nazarenos van portando
una vela expresión de la fe que brilla en medio de la oscuridad y del dolor.
Penitente, nazareno, preséntale
a Dios tu oración: la oración de quien le pide su misericordia, de quien le
presenta su necesidad, de quien le da gracias por tanto bien recibido. De quien
camina movido por la devoción, acompañando a Cristo y a su Madre, en un gesto
silencioso, que habla y grita: “¡Escúchanos, Señor, escucha la oración de tus
hijos!”
El Cuerpo de Acólitos, que
porta la Cruz alta y los ciriales de plata, precede al cortejo de los Hermanos
Oblatos, del Cabildo de Oficiales que acompaña al Señor Obispo Auxiliar y a los
invitados de honor.
Dos acólitos turiferarios,
que perfuman la calle nos anuncia que viene Nuestra Señora de la Soledad, en su
imponente paso de palio.
Recorre la calle vestida de
negro, su dolor es inmenso como el mar…
Lleva sobre si el dolor de
la muerte de su hijo, el dolor de todas las madres y también los padres que han
perdido un hijo, el dolor que no tiene nombre y que destruye el corazón.
¡No, la muerte de un hijo no
se acepta!
¡La muerte del inocente no
se acepta!
Y este es el dolor que sufre
María, sola con su soledad…
Una inmensa capa de color
negro, bordada finamente en color dorado, adorna su bendita imagen. Y sus
hijos, van detrás de ella, tratando de tocar esa capa, como diciendo: ¡Madre no nos dejes, nosotros también nos
sentimos solos!
Y le presentan a María su
propia soledad:
-
La Soledad del que ha perdido a su familia, porque han muerto o lo
han abandonado.
-
La Soledad del que esta sin trabajo,
-
La Soledad del enfermo incurable que espera la muerte, porque no
tiene dinero para procurarse una mejor calidad de vida,
-
La soledad del enfermo de sida,
-
La soledad del que está en la cárcel, añorando sus días de
libertad y de inocencia,
-
La soledad de quien esconde una debilidad grave,
-
La soledad del que se siente traicionado,
-
La soledad de los que se prostituyen por la calle,
-
La soledad de quien busca cualquier compañía para no sentirse
abandonado,
-
La soledad de quien no tiene trabajo, ni hogar,
-
La soledad del pecador que no quiere o no puede salir de su pecado
y miseria
-
La soledad de quien no tiene una madre que le proteja y le
consuele.
“NO NOS DEJES,MADRE,
NO NOS DEJES SOLOS,
TU NOS COMPRENDES
TU NOS QUIERES, A PESAR DE NUESTRA MISERIA Y PECADO
TU QUE ERES MADRE ¡ESCÚCHANOS!”
Pero María también está
acompañada de sus hijos que la acompañan en su soledad, y por eso la han
adornado con velas, para decirle: en esta
noche oscura de tu alma, te acompañamos con la luz de nuestro cariño; le
han puesto jarrones de blancas flores para decirle: te damos la belleza de
nuestra vida, de nuestro consuelo, de nuestra paz; le han puesto hermosa, para
que sepan todos que sus hijos le quieren.
Y mientras el Cristo Yacente
y Nuestra Señora de la Soledad recorren la Plaza Mayor de esta ciudad, mientras
vamos rezando la Corona Dolorosa, va recibiendo el homenaje del Palacio de
Gobierno, de la Municipalidad de Lima Metropolitana y del Club de la Unión.
Ojalá podamos tener nuevamente, como el año 2012, ese hermoso concierto de
música sacra en la Plaza Mayor de Lima, que organizaba la Asociación Romanza,
que no solo eran una exhibición de arte, sino música que se hace fe y oración.
Nuestros Titulares llegan
entonces a la Catedral de Lima, para la, así llamada” Carrera Oficial de la
Procesión de Penitencia. Allí reciben el homenaje de los Pastores de nuestra
Arquidiócesis, quienes desde el balcón del Palacio Arzobispal bendicen a todos
los asistentes.
Pasada las ocho de la noche,
mientras la luna llena ilumina la noche del Viernes Santo; el Cortejo
Penitencial llega a la iglesia de la Soledad, donde le cantamos a Nuestra
Señora la “Salve Regina”.
¡Cuántas oraciones has
recogido, María! ¡Cuántas lágrimas has enjugado en esta noche!
En todos tus hijos que han
caminado contigo, resuenan las palabras de Jesús, tu hijo: “Ecce
mater tua”, “¡Aquí tienes a tu madre!
Les invito a escuchar
"Popule meus" de Tomas Luis de Victoria
[iii]
Misal Romano: Improperios del Viernes Santo
[iv]
San Ignacio de Loyola. Ejercicios Espirituales Nº 53
[v]
Francisco de Quevedo: En la muerte de Cristo contra la dureza del corazón del
hombre.
Próxima publicación: Viernes 27 de Marzo