El Sábado Santo es el
segundo día del Triduo Pascual, día de silencio, de oración. No es el “Sábado
de Gloria”, sino el día de la Sepultura del Señor: Jesús “desciende a los
infiernos”.
Cuando muere alguien, y se
han terminado los funerales, viene la experiencia de la Soledad, del vacío.
Afloran los recuerdos, los buenos momentos que vivimos con el difunto. Y allí
brotan las lágrimas.
Ninguna palabra de consuelo,
ni toda la teología, cambian las circunstancias que provocan el dolor. Nos dan
esperanza, sí. Pero no es suficiente.
Y esa es la experiencia de María.
La soledad, la terrible soledad de la persona que ha perdido a sus seres
queridos, que se queda sin nadie. El misterio del vacío, de la ausencia…
Esta iglesia será uno de los
poquísimos templos abiertos en ese día. La imagen de Nuestra Señora estará
expuesta, con su Hijo a sus pies, para recibir el pésame de los fieles. Mucha gente
visita este templo, y se encuentra con el velatorio de Jesús y con María, acompañando
a su Hijo muerto. No puedo dejar de pensar en aquella madre que velaba el
cadáver de su hijo el mismo “Día de la Madre” del año 2009. Ya no sentía el
abrazo, el beso de su hijo. Solo lo miraba, en silencio y con lágrimas.
Al contemplar este misterio,
resuena en mi corazón el final de la Pasión según San Mateo, de Juan Sebastián Bach,
como si oyera una canción de cuna que le canta María a su Hijo muerto, y que
traducida al castellano, dice:
Llorando nos postramos
ante tu sepulcro para decirte:
descansa, descansa dulcemente.
Descansad, miembros abatidos,
descansa, descansa dulcemente.
Vuestra tumba y su lápida
serán cómodo lecho
para las angustiadas conciencias
y lugar de reposo para las almas.
Felices, son tus ojos
que se cierran al fin.
Descansa, descansa dulcemente.[i]
Próxima publicación: Domingo 29 de Marzo.
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