Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas.
Clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.[i]
Dame
tu mano, María…
De
tu mano, María, Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre,
comenzó
a caminar entre nosotros.
De
tu mano, María, subieron Juan y María Magdalena al Calvario,
para
acompañar a Jesús que moría en la cruz.
De
tu mano, María, los Apóstoles esperaron al Espíritu Santo
que
vino el día de Pentecostés,
y
comenzaron su labor misionera por el mundo entero.
De
tu mano, María, comenzaron a surgir las comunidades religiosas,
De
tu mano, María, vinieron a estas tierras de América tus hijos del Viejo Mundo,
trayéndonos el Evangelio.
De
tu mano, María, se fundó, en 1603, esta Cofradía de la Soledad.
De
tu mano, María, han desfilado miles de hijos tuyos por este templo.
De
tu mano, María hemos ido llegando tus hijos Cofrades,
Colaboradores
y Oblatos para servir a Cristo y a la Iglesia.
María,
de la mano de mi madre, siendo un niño,
vine
por primera vez a tu casa,
el
Primer Domingo de Cuaresma de 1980,
y
aún recuerdo que, siendo poco más de las 10.30 de la mañana,
mientras
los fieles recibían el Cuerpo de tu Hijo en la Comunión, cantaban
“Señor, me has mirado a los ojos…”
Y
con el deseo de ver a tu Hijo
en esta
imagen del Santísimo Cristo del Calvario,
vine
muchas veces a tu casa,
para
fotografiarlo y contemplarlo.
Y de
tu mano, María, me entregué a ti,
para
ser un Hermano Oblato de la Soledad.
Ahora,
Madre mía, te ruego
que
me pongas al lado de tu Hijo Jesucristo
Para
que ilumine mi corazón,
Y
Pregone la Semana Santa de esta ciudad de Lima
Y de
esta iglesia consagrada al misterio de tu Soledad…
Señoras y Señores:
Cuando recibí el encargo de
ser el Pregonero de este año, noté en el rostro de algunos de mis hermanos Soleanos
una mirada de inquietud; seguramente pensaban: qué podría pregonar un hermano,
que no tiene ni cuatro años en la Soledad; que no se caracteriza por ser un
erudito de la historia de Lima o de la tradición cofrade; que no asiste a
muchas procesiones…
Por mi parte, pensé que, ser
pregonero, era tarea fácil: por un lado, durante muchos años he preparado la
Semana Santa en la Parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados, junto con
algunos de los aquí presentes a quienes la marcha “Ione”, de Enrico Petrella,
que hemos escuchado les habrá traído muchos recuerdos; por otro lado ya tenía
experiencia de hablar en público desde mis tiempos del colegio: ordenaba unas cuantas
ideas, les ponía una dosis de entusiasmo (de “acción, fuerza y poder”, como me dijo mi amigo Víctor,
acólito de San Pedro aquí presente), algo de poesía y listo. Después de todo, el público asistente
me aplaudirá, me felicitará, y me dirá “Qué
bien que lo hiciste”, “hablaste muy
bonito” aunque no hayan entendido mucho de lo que haya dicho, o se hayan
quedado dormidos durante la disertación.
Sin embargo, cuando
recordaba los pregones de mis antecesores, de Luis Leith, conocedor de la
historia limeña, y de Luis Ángel Olivera, de quien aprendí lo que es la
tradición cofrade en esta institución; cuando leía y escuchaba los pregones que
se han dado en Sevilla y en Málaga por grandes oradores y entusiastas cofrades,
me di cuenta que la tarea era más difícil de lo que pensaba.
Y es que no se trata solo de
transmitir datos, o costumbres; sino ante todo, de compartir la riqueza de la
tradición de los Hermanos de la Soledad, que es expresión de la fe de la
Iglesia; tradición que hemos recibido de los cirujanos y baberos sevillanos, quienes
el 13 de Abril de 1603 fundaron esta Cofradía de Penitencia, teniendo como
titulares a María Santísima en el Misterio de su Soledad y al Señor yacente, para
solemnizar el Viernes Santo a la misma
manera que se hacía en los reinos de España.
Esta forma de solemnizar el
Viernes Santo (procesión del Cristo yacente y de la Virgen Dolorosa, acompañada
de penitentes y nazarenos encapuchados y manolas vestidas de luto riguroso),
tan propia de los Hermanos de la Soledad, les puede parecer a algunos algo
copiado de realidades extranjeras, fuera de lugar entre nosotros. ¿Para qué
imitar costumbres propias de Sevilla, España, si aquí en el Perú tenemos costumbres
y tradiciones de gran valor y riqueza espiritual y cultural?
A esto respondemos que, las diversas
celebraciones religiosas son un conjunto de ceremonias, música, oraciones,
vestimenta; que se va formando a través del tiempo y, que, cuando se hace en
otras latitudes, se sigue la misma forma que se tiene en el lugar de origen.
Veamos dos ejemplos: la procesión del Señor de los Milagros en el mes de
Octubre se celebra en cualquier parte del mundo del mismo modo que en Lima: la
forma de presentar al Señor Crucificado, la música, el hábito morado, la
presencia de cantoras y sahumaduras quemando incienso al paso del Señor… Y
aunque muchos de los que asistan a esta procesión no sean peruanos, celebran al
Señor de los Milagros como si estuvieran en Lima. Otro ejemplo, lo vemos en
esta Iglesia de la Soledad, en la celebración del Señor de la Cruz de
Torrechayoc, de Urubamba, Cuzco, días antes al Domingo de Pentecostés: celebran
la Misa con cantos en quechua y la procesión va acompañada de sus danzas
típicas. ¿Quién no siente que su espíritu se eleva al cielo al oírlos cantar “Apu yaya Jesucristo”? Recuerdo con mucha
emoción una Ordenación Sacerdotal en la iglesia de San Pedro, donde estaba de acólito, en que, mientras el sacerdote elevaba la Hostia consagrada en
medio humo del incienso, el coro cantaba en quechua: “Kanmi Dios canqui, yuracc Hostia Santa” (“Tu eres Dios, hostia
santa blanca”). Cuando la Iglesia celebra su fe, se superan las barreras del
idioma; y aunque no entendamos ni quecha ni latín, sentimos que esa es nuestra
fe, y con ello nos acercamos a Dios.
Nuestra Iglesia es católica,
es decir “universal” y ella, que es Madre y Maestra, tiene los brazos abiertos
para acoger a toda la humanidad, para celebrar su fe en comunión con todos sus
hijos, con quienes nos sentimos hermanos en Cristo.
Le invito a escuchar la Cantata Nº 1 de la Pasión según San Mateo de Bach
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